sábado, enero 27, 2007

Mujeres de palabra

Mujeres de palabra. De Virginia Woolf a Nadine Gordimer.
Ana María Navales.
Ed. Sial / Trivium, 2006
258 páginas.


De nuevo Ana María Navales nos sorprende con este ensayo sobre la literatura escrita por mujeres durante el siglo XX sumamente interesante. En el 2000, y en la misma editorial, publicó "La Lady y su abanico. Aproximación a la literatura femenina del siglo XX: de Virginia Woolf a Mary MCCarthy", en los que abordaba el estudio de la vida y la obra de Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Jean Rhys, Vita Sackville-West, Djuna Barnes, Dora Carringhton, Anaïs Nin y Mary McCarthy. El libro que ahora comentamos añade a este grupo, los nombres de Dorothy Parker, Iris Murdoch, Clarice Lispector, Sylvia Plath y Nadine Gordimer. Es obvio que no están todas las que son, pero las incluidas, desde luego, son, en el sentido de que cada una de estas trece mujeres ha dejado huella en la literatura universal o ha abierto caminos nuevos por los que podrán internarse otros, hombres o mujeres, afanados en la creación literaria. Todas han sido admirables luchadoras a las que el éxito les ha sonreído de desigual manera. La mayoría coexistió con las tragedias de dos guerras mundiales, los comienzos de movimientos de liberación femenina, intentaron ejercer de intelectuales, se apartaron de los convencionalismos impuestos por sociedades puritanas, vivieron amores heterodoxos y combatieron por decidir sobre sus vidas con libertad, en ocasiones, pagando un alto precio por ello. Tal vez, conscientes de ese papel vanguardista que les había tocado ejercer en el mundo, tomaron sus biografías como fuentes de inspiración para la creación literaria.
Ana María Navales se ha ganado el calificativo de especialista y estudiosa de Virginia Woolf. Su admiración, amor incluso, hacia la escritora de "Una habitación propia" le ha llevado a recorrer, una y otra vez, en los veranos, el barrio londinense de Bloomsbury y otros lugares de Inglaterra donde se ubicaban casas, granjas, castillos o donde estaba el paisaje que inundaba el espíritu de los protagonistas del grupo. En ambos libros, el espacio dedicado a esta escritora, y el tono empleado en ella transmite al lector esa querencia merecida. Tanto es así que la convierte en referencia para los análisis de otras escritoras. Pero lo que me ha parecido más interesante de este segundo ensayo son precisamente las nuevas incorporaciones. Al prestar interés a Clarice Lispector, brasileña, nacida en 1920 y fallecida en 1977, rompe, con toda justicia, con el criterio de pertenencia al ámbito anglosajón común entre las demás, lo amplía a otros lugares y otras lenguas, y lo hace precisamente con esta autora de estilo inimitable, trasgresora de géneros, obsesionada por hablar sin que las palabras mientan por ella, preocupada por alcanzar la profundidad de sus personajes y lo sagrado y misterioso de la existencia. Una escritora todavía poco conocida y, por tanto, reconocida, de lectores minoritarios, exigente consigo misma y, también, con el nivel que su público necesita para poder comprenderla.
La atención prestada a Nadine Gordimer también rompe otro criterio, pues hasta ahora la selección se efectuaba entre escritoras muertas. Gordimer nació en Suráfrica, cerca de Johannsburgo, en 1923 y, por fortuna, todavía vive y, lo que es mejor, escribe. Su biografía, rica por sus posiciones de denuncia del appartheid que le ganaron convertirse en objeto de intolerancia social y marginación, se encuentra diseminada entre novelas y relatos. Se le concedió el Premio Nobel en 1990 y continuó su obra abordando las tensiones entre grupos raciales y las consecuencias de violencia y represión sobre la vida cotidiana.
Ana María Navales escribe sobre ellas con conocimiento de causa. Estos libros son la síntesis cuidadosa de miles de horas de lectura, de rastreo de bibliografía y documentos, de reconstrucción de sus vidas y, en algunos casos, de las de sus amantes, de consulta con otros especialistas, de introspección psicológica para desentrañar sus almas, de entrevistas publicadas mientras ellas vivieron, de críticas aparecidas de sus obras, de análisis de sus correspondencias, cuando esto es posible, de impresiones personales tras ver, ella misma, en sus viajes, los sitios que aquellas vivieron, pasearon, observaron y las emocionaron. Son libros de una honestidad absoluta, escritos desde la subjetividad y el fervor hacia estas mujeres de palabra -un título muy hermoso-, así como su deseo de difundir su obra. Y lo logra, porque, tras la ordenación lógica de tanto material acumulado, consigue que la lectura sea amena y que el lector sienta, conforme avanza, que su espíritu se enriquece. Confiemos en que Navales no abandone esta línea de investigación, ahora ya sin límites convencionales implícitos. Hay, por fortuna, muchas otras escritoras con obra y vida merecedoras de estudios semejantes.
María García-Lliberós