martes, noviembre 25, 2008

El consuelo, de Anna Gavalda

El consuelo, de Anna Gavalda.
Editorial Seix Barral, 2008.
640 páginas.

Esta novela gira en torno a Charles, un arquitecto de éxito de 47 años, que entra en crisis existencial al vislumbrar que malgasta su tiempo en un malvivir disparatado.
De Charles sabemos que es generoso y que de joven estuvo enamorado de Anouk (delicadeza y hermosura en la descripción breve de estas relaciones en pag. 165), la madre de su compañero de colegio Alexis y que su relación, tras un encuentro físico decepcionante –quien sabe si provocado por Anouk con el propósito de enfriarlo- acabó en el distanciamiento. Que después se fue a vivir con Laurence, cuyo único atractivo es el físico, y la hija de ésta Matilde, de la que llega a sentirse como un padre.
Al comenzar la novela Charles es un hombre con una agenda llena, con viajes en avión cada semana para dirigir grandes obras en diferentes puntos del mundo, perdido en el laberinto del dinero, el poder y el politiqueo, con problemas, cansado, sin tiempo para atender su relación de pareja ni para cuidarse. Personaliza una crítica a la forma de estar en el mundo actual, la del hombre estresado y de la sociedad saciada de opulencia, convencional, falsa y de pocos valores en la que nos movemos.
La muerte de Anouk, a través de un escueto comunicado de Alexis, va a ser el hecho que despierte su conciencia. La necesidad de saber cómo transcurrieron para ella esos años en que dejó de verla y cómo murió, le conducirá de nuevo a Alexis y, de paso, conocerá a Kate, la mujer que le ofrecerá una segunda oportunidad.
Lo más interesante de esta novela es el mensaje basculante entre el realismo de que hacerse adultos conlleva el sacrificio de nuestros ideales y la esperanza en una felicidad posible en este mundo.
Los personajes siguen el perfil preferido por Gavalda, desilusionados por la vida y permeables a los buenos sentimientos.
Anouk, una mujer volcada hacia los demás, enfermera vocacional, que una vez muerta recupera su espacio en la mente de Charles (“contigo la vida era agotadora pero jamás encendíamos la tele”, pag. 108), que ha influido en muchas personas y acaba abandonada por todos, suicidándose por desánimo y a quien se le puede atribuir parte de la responsabilidad de la deriva de Alexis (drogas, renuncia a la música), el hijo que sufrió de falta de atención y celos.
Claire, la hermana de Charles, es uno de los personajes más atractivos, a pesar de que la autora lo mantiene en una posición secundaria y aporta información con cuentagotas. Una mujer que sufrió un aborto y el abandono de Alexis, dos pérdidas nunca superadas, y que de adulta se mantiene sola. Es moderna y profesional y ha renunciado a conciliar. La relación entre los hermanos resulta tierna, cómplice y de un gran entendimiento.
Kate es otro modelo de mujer, la que las circunstancias le obligan a asumir una responsabilidad imprevista que le provoca el sacrificio de su profesión en la universidad. Forma una familia con los hijos de su hermana y adopta estilo alejado de los convencionalismos como vía de escape de la desesperación sobrevenida.
Charles es el triunfador débil, la persona que prioriza la profesión al precio de descuidar su entorno personal, hasta el punto de sentirse “atrapado”, un personaje caótico. “Se sentía viejo, acosado por la muerte, dependiente”, desamparado.
La forma de narrar es quizás el mayor mérito de Anna Gavalda, al menos durante la primera mitad de la novela, mucho mejor que la segunda. El lector asimila a base de fogonazos sobre recuerdos concretos los hechos que marcaron al protagonista. El lenguaje sintético, de frases cortas, con palabras sencillas, directas, intensas, de sorprendente agudeza en ocasiones, configuran una prosa personal e innovadora. Conforman un relato deslavazado, en el que los hechos se cuentan de manera desordenada, dejando que el lector complete lo que falta, elíptico e inteligente.
Pero la novela tiene un fallo muy grave. En la segunda parte, cuando aparece Kate y su ambiente rústico, pasa al exceso de descripción. Como si tomara a los lectores por ignorantes respecto a qué es una gallina, o un conejo, o un caballo o un árbol. Se detiene en el medio rural de forma exhaustiva hasta conseguir aburrir, algo imperdonable. De repente, la novela ya no es Anouk, ni la relación Charles-Anouk (aunque el recuerde le perturbe 30 años más tarde y el lector quede frustrado) sino “Kate y su extraña familia”. Pierde intensidad el relato, se convierte en blando, predecible (su final feliz) y poco verosímil. Kate y su entorno se asemejan a una ONG y el enamoramiento (o pasmo) de Charles (que convierte en un pardillo, la autora habla de “un viejo adolescente transido de amor”) ante una Kate (lo más parecido a Anouk que ha podido encontrar) demasiado habladora, agota y merma su atractivo. Sólo en las últimas 20 páginas remonta de nuevo el vuelo, sin alcanzar la cota de la primera parte.
Aparte de la personalidad de la prosa, en el haber de la autora caben algunas anotaciones de gran sensibilidad, como en la muerte de Gran Perro: Alexis tocó música “ya no recordaba que era así como lloraba Alexis”, una página llena de poesía.
Hay otras cuestiones menores que desmerecen la novela: el uso abusivo de los “halas”, un término impropio de un ejecutivo cultivado (quizás sea un fallo atribuible al traductor) y la presencia de algunos personajes excesivamente estereotipados (como el de Laurence que, por otra parte, devalúa el de Charles). El trastorno provocado por la muerte de Anouk, ¡después de 30 años!, resulta forzado, lo que significa que el argumento, que viene impulsado, precisamente, por ese hecho, quede debilitado. Asimismo, la autora valora mucho el haber ido a Rusia para contextualizar el trabajo de Charles en aquel país o haber tenido que adquirir conocimientos de arquitectura, aspectos que tienen un interés menor.
El cambio de registro (o la merma de calidad literaria) me resultó agudizado porque acababa de leer La amaba, de la misma autora, una novela excelente, en la que en menos de 200 páginas y valiéndose de una prosa que economiza las palabras, con sólo dos personajes - suegro y nuera- y un diálogo nocturno entre ellos, explica que la vida es elegir entre opciones y que el resultado de esa elección siempre estará equivocado o será insatisfactorio, porque la alternativa no escogida, y por lo tanto la no vivida, quedará con el tiempo mitificada, mientras que a la elegida le tocará soportar el coste de la cotidianidad. Una temática interesante, propia de Woody Allen (personaje de Viky en su última película) que sirve para relativizar cualquier fracaso. Este mensaje se encuentra en El consuelo rebozado por una filosofía de la bondad de los animales, plantas y personas cuando están lejos del mundanal ruido (“no hace falta mucho para ser feliz”, pag. 430), que lo empobrece. Gavalda a Charles, su protagonista autodestructivo (fuma, está cansado, bebe, no va al médico, empieza cosas que no acaba) y casi masoquista, le ha querido dar la segunda oportunidad de vivir con Kate lo que se le esfumó con Anouk, con unas circunstancias tan extremadas (asumir cinco hijos, una casa llena siempre de gente ajena, delegar en su trabajo, irse a vivir a 500 kms. de Paris, etc) que rozan lo imposible.
Después de leer tres novelas de la autora (Juntos nada más es la tercera, otra historia de individuos marginados que, en lugar de mala uva, deesprenden solidaridad a raudales, descubren la amistad entre ellos y se reconcilian con el mundo, como un cuento de navidad muy largo, demasiado largo), creo que sufro de cierto empacho Gavalda, una autora sobrevalorada por la crítica que ha iniciado un camino peligroso: el de necesitar sacar un libro al año que supere las 500 páginas.
La amaba sigue siendo su mejor novela, y El consuelo la más decepcionante.
María García-Lliberós

jueves, junio 12, 2008

"Saber perder", de David Trueba

Saber perder,
de David Trueba
Ed. Anagrama, 2008
520 páginas.

Acabada la lectura, la primera sensación que tengo es de satisfacción, de saber que me ha gustado leerla despacio, saborearla, y reconocer que una trama tejida con personas normales y corrientes, auténticos antihéroes, ambientada en un barrio como cualquier otro del Madrid actual, me haya interesado tanto. Hay muchos temas camuflados tras una prosa de perfecta sencillez.
Acertado el título, porque los protagonistas de esta historia se encuentran entre los que saben aceptar la derrota con dignidad. El diseño de los personajes, muy trabajado, es de lo mejor de la novela. Veamos.
1. Los personajes.
Leandro, en la vejez, mientras su esposa Aurora se está muriendo, le da por permitirse un desquite de sexo. Se enganchará, al igual que un adicto lo hace de la droga, a Osembe, prostituta nigeriana fría y mercantilista que le recuerda de continuo que su tiempo con ella está tasado y cada caricia tiene un precio. ¿Por qué lo hace?, ¿Por qué hipoteca su casa y pierde 60 mil euros con Osembe? “No hay nada peor que un viejo seductor, pero es mejor que ser solamente un viejo” (pag. 372). “La gente hace cosas sin reparar en ellas. No existe la motivación para todos los actos, es un error creerlo así” (pag.453) Leandro es, a pesar de ello, una buena persona, profesor de música jubilado, pianista frustrado que ha llevado una vida gris, a diferencia de Joaquín, su amigo de la infancia, también pianista, que ha triunfado como artista. El encuentro entre Joaquín y Leandro, entre el triunfador y el perdedor, frente al biógrafo del primero, es memorable: el afecto infantil que retiene la memoria se tiñe de vanidad ante la humildad del testigo. Hay envidia, paternalismo, servilismo, resulta tan humano que conmueve por su crueldad y ternura a un tiempo.
Lorenzo, en la edad difícil de la cuarentena y en una situación en decadencia –su mujer Pilar acaba de abandonarle, su empresa ha quebrado y él está en el paro- vive con su hija Sylvia, una adolescente independiente. Lorenzo se siente solo y acabado. Necesita afecto de manera urgente. De ahí su fijación por Daniela, una ecuatoriana estéril que trabaja de cuidadora en el piso de arriba. Otro personaje estupendo que sobrevive asido entre el desarraigo y la inseguridad, la deriva religiosa y el desequilibrio mental.
Sylvia, de 16 años, aporta el contrapunto de madurez al relato. Vive acuciada por perder la virginidad y está sola, a pesar de sus amigos Mai y Dani, los compañeros del instituto y su familia. Por azar conocerá a Ariel Burano, argentino, jugador de fútbol en uno de los equipos grandes de Madrid. La relación entre Ariel y Sylvia irá creciendo poco a poco, clandestina, entre los mimos necesarios para preservarla de la presión de la fama, conscientes ambos de su fecha de caducidad.
Personajes normales de acuerdo con los tiempos, descritos con sabiduría y respeto, creíbles y próximos al lector, comprensibles, que se mueven a través del texto sin derrapar, con sus deficiencias, vicios, errores, sin caer nunca en la denuncia, la censura o el sentimentalismo, como elementos representativos del mapa humano.
2. La estructura, el lenguaje y el punto de vista.
Se compone de cuatro partes cuyos títulos dan pistas de las preocupaciones del autor (¿Es esto deseo?, ¿Es esto amor?, ¿Éste soy yo?, ¿Es esto el final?). Los títulos van en interrogantes, de acuerdo con la perplejidad de los personajes consigo mismos, desorientados, inseguros, frágiles. Cada parte acumula capítulos cortos que atañen de forma salteada a uno de los protagonistas, a los que el autor va siguiendo en un plazo breve de tiempo, la duración del curso escolar, la temporada de fútbol. Podría ser una técnica parecida a la de una película, pero en la novela predomina un quehacer eminentemente literario y el autor no se ha dejado comer por su otra profesión de director y guionista de cine. Esta estructura resulta dinámica, nunca se entretiene demasiado tiempo con un personaje, da agilidad al texto y mantiene una curiosidad permanente.
La novela discurre fácil porque la prosa está cuidada, esto es, trabajada. A destacar el buen oído de David Trueba cuando reproduce el habla porteña del argentino Ariel, y las seleccionadas palabras de la ecuatoriana Daniela.
El relato lo cuenta una voz omnisciente en tercera persona, pero lo hace de una manera que no pierde nada del verismo o la cercanía de un testigo que hablara en primera persona. El lector entra en la psicología de los personajes, participa de sus reflexiones y sentimientos, entiende lo que les pasa por dentro. Lo consigue Trueba porque los trata con enorme tolerancia y sensibilidad. Me ha parecido una de las grandes virtudes del libro.
Tiene buen pulso para describir escenas (aquí debe haberle servido su experiencia como guionista). Me han gustado especialmente cuatro:
- entre Dani y Sylvia en la primera parte, de iniciación sexual, los toqueteos, la sensación de algo incompleto, el miedo al fracaso, la vergüenza posterior.
- las visitas de Leandro al chalet - burdel consigue que el lector las visualice con facilidad.
- el chulo de Osembe irrumpiendo de forma violenta en el piso de Joaquín, éste jugando al rol de pianista millonario, las patadas de ella en el costado. Escena compleja que resuelve de maravilla.
- Ariel entrando en el dormitorio de la mujer de Amílcar (entrenador), esa pastora de almas con técnicas de meretriz.
3. El argumento.
Saber perder es un fresco sobre la vida contemporánea en una gran urbe como es Madrid, una novela inserta en la sociedad actual. David Trueba es un hombre de su tiempo y se enfrenta a los problemas humanos propios del siglo XXI y a otros que son eternos. La vejez (“nadie nos enseña a ser viejos”, pag.79), la enfermedad, la decrepitud y la muerte están presentes y con importante peso específico. También temas como el pudor entre la pareja Leandro - Aurora, el “estúpido ahorro de emoción” que suele instalarse en la cotidianidad de un matrimonio y la desolación que esconde, las relaciones sexuales cuando el deseo ha muerto, un tema poco tratado. Y el pudor entre Ariel y Sylvia, la comunicación entre ellos a base de silencios, malos entendidos iniciales, timidez, miedo. La culpa, el remordimiento y la reincidencia. El complejo de inferioridad de Lorenzo (Pilar gana más dinero), el fracaso, la soledad (los juegos eróticos de Lorenzo con la muñeca Barbie son estremecedores), las barreras físicas entre padres e hijos, la amistad. También se adentra en otros temas como la vida de los inmigrantes, el extrañamiento que se siente en un país que no es el tuyo, la relación con los españoles, la inseguridad de los sin papeles (Daniela tiene la sensación de estar en España como en una jaula con las puertas abiertas de la que no te atreves a salir por si luego no puedes entrar), la violencia (de Osembe y su chulo, de los taxistas del aeropuerto de Madrid, de Lorenzo con Paco), la presión de los medios de comunicación sobre los jóvenes para sentirse activos sexualmente, reflexiones sobre internet, la pornografía en la red, el futuro de incomunicados onanistas.
Nos aporta, además, una enorme novedad poco explotada literariamente: el mundo mercenario del fútbol, las miserias que rodean a los futbolistas estrellas, las campañas de prensa, las trampas, el ambiente.
Presenta David Trueba una sociedad española muy dura, que genera muchas víctimas en su seno. Sin embargo, el libro desprende ternura, éste es el gran misterio que convierte Saber perder en una historia singular. Una novela realista, ambiciosa por su temática, que resuelve con eficacia.
Sólo me ha molestado la muerte de Paco, el ex-socio de Lorenzo, el nuevo rico afortunado, vampiro, estafador, que convierte a éste en resentido y criminal, le hace perder su sitio en el mundo. Saber perder no necesita elementos de triller para mantener la tensión.
La novela carece de un desenlace rotundo, porque la vida continua para cada uno de los personajes. Eso sí, han aprendido a perder, o han aprendido a vivir. Tal vez no sean perdedores natos, tal vez sea que vivir consista en ir cosechando pérdidas.
Una novela madura llena de sabiduría y sensibilidad que considero muy recomendable.
María García-Lliberós




jueves, mayo 29, 2008

"La historia del amor", de Nicole Krauss

La historia del amor,
de Nicole Krauss
Círculo de Lectores y Ediciones Salamandra, 2006
315 páginas.

Esta novela permite afirmar que en la literatura de ficción no todo está inventado, aún es posible mostrarse original y sorprender al lector con historias complejas, bien construidas y bien escritas. Un libro que desde las primeras páginas emana la frescura de las reflexiones dominadas por una lógica inocente, sin contaminar, desde sentimientos puros, que creen en la belleza de la vida, a pesar de haber soportado calamidades terribles.
El anciano Leopold Gursky y la adolescente Alma Singer son los personajes claves del argumento. Se encontrarán, tras alambicados avatares, en la última página, al acudir a una cita a ciegas a las puertas del zoo de New York, y dar lugar a una escena estremecedora, llena de simbolismo y ternura.
La historia del amor nos habla de la fatalidad y los desencuentros. Algo que se pone en evidencia en las primeras páginas en las que con un lenguaje desprovisto de resentimiento, Leo Gursky nos cuenta cómo, en un pequeño pueblo polaco, se enamoró de la mujer a la que iba a consagrar su vida y cómo la perdió durante la huida provocada por el holocausto judío, para volver a encontrarla en Nueva York, con un hijo suyo pero casada con otro hombre.
También nos habla de la eterna decepción que es la vida, de la amistad y la traición, del exilio y la nostalgia, el azar y el amor, del oportunismo, de la soledad, de que la felicidad comporta dolor, y la alegría tristeza, permanentes contrapesos que impiden que los sentimientos se den de forma absoluta. (Por ejemplo, Leo Gursky se entera por la prensa de la muerte de su hijo, el escritor Isaac Moritz, precisamente durante uno de los pocos momentos felices de su ancianidad).
La lectura encandila a pesar de una trama demasiado enrevesada que exige mucha atención e incluso tomar notas para no perderse. No ayuda la abundancia de palabras en yidis salpicadas en el texto. El lector hubiera agradecido la inclusión de un glosario explicativo al final. La estructura descansa en dos hilos narrativos independientes, el movido por Leo Gursky, por un lado, y la investigación que por su cuenta emprende Alma Singer, por otro. Estas historias convergerán al final en un desenlace emotivo. El argumento se complica porque inserta trozos de la novela que en su juventud escribió Leo Gursky, titulada La historia del amor (que a su vez proporciona el título de este libro) y otras anécdotas que atañen a otros personajes. Un texto con mucha acción y mucho pensamiento. Intuyo que en la personalidad de la autora, Nicole Krauss, conviven en armonía la mente de una filósofa y la sensibilidad de una poeta que otorga prioridad a la selección de las palabras. Fantástica la reflexión sobre la aparición en el hombre de los primeros momentos de alegría y de tristeza, del deseo y el arrepentimiento, o de la terquedad y la soledad.
Hay algunas defectos en esta complicada trama, deducciones forzadas para cuadrarla, excesivas casualidades, escenas poco consistentes y algún personaje innecesario, pero son reproches menores. Estamos ante una novela preciosa y el eje principal es la vida de Leopold Gursky, un escritor genial que nunca tuvo suerte. Le arrebataron la autoría de dos novelas, asesinaron a toda su familia en Polonia y no pudo casarse con la mujer que amó. Se limitó a ver crecer a su hijo de lejos y escribir para él. Gursky es un perdedor que sigue amando la vida.
El estilo, incluso la ambición poética, cobra también una gran importancia. Tanto Leo como Alma Singer hablan en primera persona. Sus personajes coinciden por estar marcados por el dolor de la pérdida (el padre de Alma murió siendo niña). Comparten también el sentimiento de la soledad (Leo se inventa un amigo, Bruno, y Alma tiene muy pocos). Sus formas de expresarse contienen bastantes similitudes (lirismo, lógica inocente, lucidez, encanto), aunque en el caso de Leo la autora introduce con frecuencia la frase corta e incompleta “Y sin embargo”, después de alguna aseveración, una técnica narrativa de diferenciación y una forma de dotarlo de humildad. Alma es más decidida y metomentodo, joven y con mayor energía.
En definitiva, una novela inteligente, conmovedora, llena de sensibilidad, difícil de seguir la trama, no así los sentimientos que consigue comunicar al lector alcanzándole el corazón. Sin duda, es lo que provoca respeto hacia una escritora tan joven, a la que habrá que vigilar en futuras publicaciones. Podría tratarse de un mirlo blanco de la literatura actual, quién sabe.
María García-Lliberós.

martes, mayo 20, 2008

Abril rojo, de Santiago Roncagliolo

Abril rojo,
De Santiago Roncagliolo
Premio Alfaguara, 2006.
Ed. Alfaguara y Círculo de Lectores.
296 páginas.

Esta novela, ubicada en la región peruana de Ayacucho, durante el 9 de marzo al 21 de abril de 2000, ilustra sobre “el escenario después de la batalla”. Veinte años antes fue lugar de operaciones de Sendero Luminoso. Entre los terroristas y las fuerzas del orden lo sembraron de centenares de muertos. Oficialmente, la guerra había terminado, pero sus secuelas perduraban, los desaparecidos seguían viviendo en la memoria de los vivos, en los sentimientos y en la conducta de las personas, alterada por la visión de la maldad y el horror. También trata del ejercicio del poder, de la manipulación de la opinión pública y el comportamiento de las instituciones.
La historia que nos cuenta impacta por su brutalidad y nos obliga a pensar sobre nuestra ubicación en torno a la línea divisoria establecida entre los buenos y los malos. Pero, ¿quiénes son los buenos?
Roncagliolo estructura la trama en torno a la aparición de cinco cadáveres (el de un militar, un campesino, un terrorista, un cura y una mujer), sucesivamente, con señales de tortura, ensañamiento y descuartizamiento. A cada uno le falta una de las extremidades, como si el criminal estuviera componiendo una nueva criatura con los pedazos de los muertos. De esclarecer tan extraño caso se encargará el fiscal Félix Chacaltana Saldívar, de personalidad compleja, perturbada, con una infancia traumática, con episodios velados de su biografía. Sus procedimientos, de escrupuloso respeto a las formalidades legales, chocarán con las intenciones de las autoridades militares, policiales, religiosas y judiciales, confabuladas para ocultar cualquier indicio de posible rebrote terrorista.
El autor nos muestra una sociedad apática, resignada a su destino, desconfiada, poco propicia al progreso, habituada a los caciques y las elecciones fraudulentas (fantásticas las páginas en las que Chacaltana es enviado como fiscal electoral al quinto pino). Una sociedad mestiza en la que la mansedumbre aparente mostrada por los indios (quechuahablantes) no puede interpretarse como aceptación de la dominación de los herederos de la colonización española.
El gran acierto de la novela se encuentra en el diseño de los personajes. El del fiscal Chacaltana Saldívar resulta impagable, un hombre sin amigos, abandonado por su mujer, un fracasado que mantiene una relación con su madre muerta, capaz de albergar sentimientos dulces y de ejercer la brutalidad con una persona más débil, un fiscal molesto y conmovedor “que piensa a través de un manual de derecho”. Las figuras del capitán Pacheco, el juez Briceño, el comandante Carrión y Edith, están perfilados con habilidad.
Asimismo, las voces narrativas distribuidas entre una omnisciente, en tercera persona, la del propio Chacaltana a través de los informes administrativos de lenguaje rimbombante, opaco, llenas de sentido del humor y crítica social desde la perspectiva del lector, y la reproducción de unos anónimos, con faltas de ortografía, propios de una mente psicópata o de un iluminado que provoca por igual dosis de desconcierto y curiosidad.
La estructura de la novela toma el esquema del triller en cuanto que sigue el curso de la investigación criminal, mostrando las técnicas de interrogatorios, escenas sangrientas y crímenes monstruosos, aderezados con simbolismo religioso y localizados en una zona poblada por fantasmas. Lo que hace fascinante el relato es el contenido de psicología individual y social, la reflexión sobre la respuesta a la violencia, la venganza como pago a la injusticia y el maltrato por parte de las autoridades, el resentimiento por las raíces perdidas (los mitos incas contra la religión católica, importada por los españoles), y el problema, terrible, de los niños reclutados por Sendero convertidos, al acabar la guerra, en delincuentes indocumentados. El argumento resulta denso e interesante.
La prosa, con el ritmo y encanto dulzón de Latinoamérica, genera alta tensión que mantiene hasta el final. Consigue retratar el horror. El desenlace es realista, lamentable y creíble, en cualquier sociedad por triste que esto sea, casi el único posible.
Una novela que me ha enganchado desde la primera página. Además de entretenida es inteligente, como también lo es el Discurso de recepción del premio Alfaguara, titulado “Perdedores y Psicópatas”, incluido al final y muy clarificador.


María García-Lliberós.


lunes, mayo 05, 2008

"El mundo", de Juan José Millás

Ed. Planeta, 2007. Premio Planeta 2007.


Esta novela me ha gustado mucho, me ha devuelto al Millás novelista de su primera época en la que no estaba contaminado por la técnica y febril actividad como columnista (por otra parte, el mejor en el panorama periodístico español). Me ha reconciliado con los premios Planeta.
En las entrevistas que ha concedido habla de “El mundo” como de una autobiografía. Es más que eso, un autoanálisis -“la literatura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas” y él necesitaba abrir el pasado, comprenderlo y cerrarlo- y una novela en la que el niño y el adolescente Juanjo y, en ocasiones el adulto, queda convertido en personaje de ficción. Intenta entenderse con piedad, despojada de lástima, llena de curiosidad.
Juan José Millás bucea en su vida para explicarse su tristeza, su visión del mundo y su escritura. Nos da claves del origen de algunas de sus novelas y pensamientos sobre la literatura y sus efectos terapéuticos.
Una novela con cuatro partes, muy bien escrita, que siguen un recorrido cronológico para revivir, en cada una, un hito de los que ha marcado su vida y carácter: EL FRÍO, LA CALLE, TÚ NO ERES INTERESANTE PARA MÍ y LA ACADEMIA, que mezcla con hechos acaecidos de mayor que debieron cocerse antes. Ese itinerario de ida y vuelta entre infancia y adultez define una estructura narrativa eficaz, para una crónica del proceso de aprendizaje en la vida y en la calle, en ocasiones conmovedora. Las dos primeras partes son magistrales y muestra un universo literario personalísimo, rico y obsesivo.
La literatura de Millás, y este libro constituye el mejor ejemplo, se caracteriza por la mezcla entre realidad e irrealidad, entre cordura y locura, entre lo lógico y lo absurdo, de donde brota, precisamente, la genialidad, la lucidez, el sentido del humor, negro y desesperanzado que caracterizan su estilo (porque posee un estilo propio). El barrio de Prosperidad (el nombre parece una broma pesada, aunque existe), la calle Canillas, era el límite de la realidad para ese niño de 6 años, futuro escritor lleno de imaginación: “más allá se extendía una sucesión de vertederos y descampados amenazadores, una especie de nada sucia que flotaba hasta donde alcanzaba la vista”, recuerda.
El autor pretendea mostrarse tal cual (consigue que el lector crea que es así) y se desnuda para que le queramos y compensemos su falta de afecto infantil, nos muestra su carga de culpa para liberarse de ella (¿qué sentido tiene, si no, la peripecia con las urnas de las cenizas de sus padres?). Se siente víctima de las formalidades de un mundo extraño y misterioso. Fue un niño raro, sin duda, y un adulto complejo, capaz de fumarse un canuto y ponerse soñador mientras su madre está en coma, y de enfermar al cabo de un año al resistirse a admitir su muerte.
El personaje del Vitaminas, un chaval de su edad con una enfermedad mortal, cobra una fuerza y un atractivo enorme. Un tipo genial, con la bicicleta que no puede montar y la libreta para apuntar los movimientos de los vecinos, con el estilo ecléctico de un espía de INTERPOL, y el padre llevando una vida aparente y otra real (asunto crucial en la literatura del autor, el de la doble vida). Al Vitaminas le debemos mucho los lectores de Millás.
El descubrimiento del otro barrio, el de los muertos, y la visita que luego hace con Vitaminas, son de los pasajes más brillantes de la novela. Aficionado a los narcóticos y al sueño, a pasar la frontera entre el sueño y la vida. Tiene experiencias alucinógenas con fiebre. “Las mejores cosas que he escrito son febriles”. La fiebre deforma la realidad o te permite apreciarla con mayor lucidez (daña y cura, como el bisturí eléctrico, como la escritura).
“Hay otro lado”, tras el espejo, tras la línea que delimita la realidad. A Millás le tienta la contemplación alucinatoria de lo que le rodea (con o sin drogas). La visión del ”ojo de Dios” que le ofrece el Vitaminas es otro pasaje impagable.
La narración de la fiesta del editor en el ático, su euforia, angustia, la cocina-útero y planes de fuga, la huida a través de la terraza del vecino, la conversación con el taxista maloliente sobre su hijo loco, su regreso de nuevo a la fiesta, a través de la casa del vecino con un muerto con bigote de cuerpo presente que podría ser un cadáver de mujer disfrazado, para salir a la calle por el lugar correcto, después de sufrir una lipotimia, resulta delirante, de ritmo endiablado, y evidencia que el autor estaba como una cabra (en el sentido más tierno de la palabra), una cabra cuerda e inteligente que descubre, en medio de tal frenesí enfermizo, que “el problema es que no nos colocábamos en el lugar adecuado para observar la realidad. Por eso veíamos muertes donde sólo había desplazamientos de la vida”. Un pensamiento lleno de consuelo.
El psicoanálisis, la lectura y la escritura, instrumentos fundamentales para novelarse a sí mismo, son los sustitutos del sótano del Vitaminas. Desde ellos también consigue visiones hiperreales del mundo.
Imaginar historias era el camino de huidadel barrio y la familia. Así se formó el escritor porque al año de morir el Vitaminas lo sustituye como agente de la INTERPOL infiltrado en un mundo al que no pertenecía. ¡Me encantaría leer los informes sobre los vecinos que elaboró en esa época!
La paternidad, la lectura como vía de escape, el anhelo de perder la memoria, el abuso sexual a menores, los malos tratos a los niños, los castigos que “constituían verdaderas clases de iniciación al sexo” y que provocaban sentimiento de culpa en la víctima más que en el verdugo (ocurre con muchas mujeres maltratadas), su deseo de morir, son temas que luego llevará a las novelas.
Para evitar la siniestra Academia del padre Braulio finge tener vocación de sacerdote y consigue entrar en el seminario (con la complicidad de su madre). Escribe esta experiencia y recuerda su deseo de morir. Es aquí cuando transmite mejor al lector la angustia por estar atrapado en un mundo ajeno.
“Escribir bien es escribir al dictado de esa parte de ti que permanece dentro del delirio cuando la otra sale de él para comunicarse con los demás o ganarse la vida”.
La novela termina en la entrada al seminario y es lamentable, porque te quedas con las ganas de saber qué pasó después.
Millás ha escrito El mundo para sacarse espinas y tratar de comprenderse. Su madre, Vitaminas, Mª José y Mateo (el del ultramarinos), son sus referencias personales (de sus hermanos casi no habla, ni de su padre), el barrio la Academia del padre Braulio, la pérdida del amigo Vitaminas, el desdén de las mujeres, son las heridas que ha querido abrir y cerrar con la escritura. Se entiende la tristeza del autor y sus obsesiones literarias, alucinógenas, irreales que, al mismo tiempo, iluminan la realidad. Hay filosofía de la vida y análisis de la sociedad franquista. Tienes la impresión de estar ante los resultados de las visitas al diván del psicoanálisis. Parece que escribiendo El mundo ha terminado el tratamiento, ha sido capaz de desprenderse de las cenizas de sus padres y de comenzar a vivir sin ese peso muerto junto a él. Tal vez por eso se pregunte en la última frase si será su último libro. Desde luego, parece que pone punto final a una etapa.
Una novela valiente, sincera, anhelante, que provoca en el lector una inmensa ternura hacia el personaje Juanjo Millás. Puede que lo pretendiera.

María García-Lliberós

jueves, marzo 27, 2008

"Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez

Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez
Editorial Bruguera. Barcelona 1986 (3ª edición)
494 páginas.


Esta novela, publicada por primera vez en 1957, de la que se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 35 idiomas, ha sido calificada como la mejor escrita en lengua castellana del siglo XX y comparada con El Quijote de Cervantes. Sin embargo, la relectura que he efectuado ahora, 20 años más tarde de mi particular descubrimiento, me ha permitido desmitificarla, a pesar de la perfección de su prosa, llena de poderío y belleza sonora.
Trata de la historia de los Buendía, fundadores de Macondo, un pueblo remoto que se configura con reglas propias. La historia de los Buendía y de Macondo fue escrita cien años antes por Melquíades, un individuo que perteneció a una tribu “borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano”. Por eso los últimos Buendía desaparecen con la lectura de los pergaminos descifrados de Melquíades, “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”, frase genial con la que acaba esta fábula literaria y excelente explicación al lector de que se encuentra ante un texto que nada tiene que ver con la realidad y se debe exclusivamente a la creación literaria. No se trata de una realidad mágica sino de una realidad inventada. Por eso en el mismo tiene cabida todo, lo cotidiano y normal, y lo extraordinario y exagerado.
El acierto de García Márquez es que relata con la misma contundencia lo normal que lo extraordinario, consiguiendo que el lector lo asimile como posible y se sumerja en ese mundo ficticio. Está narrada con la lógica de los sueños, en los que mezcla absurdo, sorpresa y aturdimiento.
La estructura del relato es lineal y sigue el curso de las generaciones de los Buendía. Se suceden los Aurelianos (el coronel y el general, el 1º y el 2º, los 17 hijos dispersos del coronel), los Arcadios, los José Arcadios, las Úrsulas, las Amarantas, las Amarantas Úrsulas, de forma que esta repetición de nombres que confunden al lector, es una metáfora de la repetición de la vida que empieza, acaba y vuelve a empezar para transcurrir de forma parecida y terminar. Esto permite que el libro se pueda tomar y dejar sin perder el hilo, porque éste se repite, sin importar cuál de los Buendía es el protagonista del capítulo particular, cuenta la misma historia aderezada de flashes imaginativos sorprendentes (cada uno más que el anterior) que es lo que mantiene viva la curiosidad del lector. Casi podría decirse que se sustenta en una sucesión de anécdotas, independientemente suprimibles. Sin embargo, la prosa tan poderosa y perfecta (ausencia de adverbios y escasez de adjetivos) sostiene la novela. Cada Buendía aporta su locura particular pudiendo poner el punto final en cualquiera de ellos (en esta segunda lectura la novela se me ha hecho larga).
A los Buendía les caracteriza el sino solitario, una cierta impermeabilidad a los afectos, una dosis de demencia importante (Rebeca come tierra húmeda, tiene la peste del insomnio y contagia la enfermedad del olvido; Amaranta se quema las manos para expiar su maldad con Pietro Crespi; Aureliano Segundo empapela la casa con billetes de peso; Amaranta teje su mortaja; otro Buendía se dedica a hacer y deshacer pescaditos de oro; José Arcadio Segundo a leer unos pergaminos indescifrables; Amaranta Úrsula regresa a Macondo con un marido al que lleva atado con un dogal de seda), el gusto por la exageración y el sentimiento de fatalismo.
Un aspecto destacable de la prosa de Cien años de soledad es el uso de la exageración apoyada en cifras. Veamos algunos ejemplos:
- descripción de José Arcadio (hijo de Úrsula) cuando regresa: “hombre descomunal de masculinidad inverosímil, enteramente tatuado con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas. Había dado 75 veces la vuelta al mundo”.
- Francisco, el hombre de 200 años, que derrotó al diablo en un duelo de “improvisación de cantos”.
- Aureliano Buendía promovió 32 levantamientos armados y los perdió todos.
- la Elefanta y Aureliano Segundo “al despertar se bebieron cada uno el jugo de 50 naranjas, 8 litros de café y 30 huevos crudos”.
- pasan de la sequía a la lluvia ininterrumpida durante 4 años, 4 meses y 2 días. La lluvia se convierte en otra forma de silencio.
- Aparece una mujer con un niño, hijo de Aureliano Buendía, que nació con los ojos abiertos y no parpadeaba. Ese año llegaron 9 hijos más del coronel, para ser bautizados por Úrsula, todos con un aire de soledad que no permitía poner en duda el parentesco. En dos años llegan 17 niños.
- más de 400 hombres habían desfilado frente al teatro y habían descargado sus revólveres sobre el cadáver abandonado del capitán Aquiles Ricardo. Se necesitó una patrulla para poner en una carretilla el cuerpo apelmazado de plomo que se desbarataba como un pan ensopado. (En frases como ésta se encuentra la genialidad de GM, lo que lo hace único).
Esta técnica de contabilizar los hechos, con cifras desmesuradas, pretende la rotundidad, hacer incuestionables números resulten inverosímiles. En ocasiones, sustituye la estadística por una portentosa imaginación mediante metáforas de gran belleza y, sobre todo, con un lenguaje que suena con una fortaleza formidable.
- Cuando muere José Arcadio Buendía “empezó a caer una llovizna de flores amarillas. Tantas flores cayeron del cielo que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro. El cadáver huele a pólvora y el cementerio siguió oliendo durante muchos años después.
- descripción del coronel Aureliano Buendía cuando regresa a Macondo: “su cabeza, ahora con entradas profundas parecía horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había adquirido una dureza metódica. Estaba preservado contra la vejez por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia”.

Una familia con capacidad de adivinar el futuro inmediato y la propia muerte que adquiere formas de maravilla: Amaranta la anuncia y le da tiempo hasta de rebanarse los callos, Remedios la Bella asciende a los cielos llevándose las sábanas que estaba tendiendo, los gemelos Aureliano y José Arcadio segundos mueren simultáneamente y el último Buendía, un bebé, es devorado por las hormigas coloradas.

Entre las páginas de la novela se encuentran las claves de la ideología del autor:
- en Macondo “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando los negocios del alma directamente con Dios, y habían perdido la malicia del pecado mortal”.
- el coronel Aureliano Buendía decide ser liberal porque los conservadores son unos tramposos. Se alza contra la injusticia y se convierte en revolucionario. Pero la embriaguez del poder cambia el carácter. La violencia de la guerra, de los militares y revolucionarios, los hace iguales, arrasa los sentimientos.
Y también las claves que justifican su fábula: “la literatura es el mayor juguete que se había inventado para burlarse de la gente”.
Sentido del humor, fantasía desbordante, tratamiento alegre del sexo (incluso del incesto), y un uso del lenguaje prodigioso con metáforas brillantes, explican el éxito de Cien años de soledad. Sin embargo, pienso que si redujera su extensión, el relato aún cobraría más fuerza y resistiría mejor el paso del tiempo. Como me dijo nun amigo, si en lugar de cien años de soledad nos contara cincuenta, mejor.
María García-Lliberós

viernes, febrero 22, 2008

El Príncipe negro, de Iris Murdoch

Iris Murdoch
El príncipe negro.
Ed. Lumen, 2007.
Páginas: 562

Bradley Pearson, ex inspector de hacienda y escritor, de 58 años, divorciado y sin pareja, asume los papeles de protagonista y narrador. Al comienzo del relato su trabajo literario se encuentra en dique seco. En esa situación de anodina calma, la llamada de Arnold Baffin, pidiéndole que vaya a verle porque “cree que ha matado a su mujer” (un primer párrafo genial), inicia una sucesión de episodios que destrozarán su vida al tiempo que el relato de los mismos le propiciará un éxito literario que ya no podrá disfrutar.
El universo de la novela se ciñe a las relaciones entre siete personajes: Bradley, Arnold, Priscilla, Christian, Rachel, Julian y Francis. Las circunstancias personales de cada uno, las relaciones con Bradley y las que éste supone entre ellos, permite que la autora se explaye sobre el matrimonio, los problemas de las mujeres a cierta edad, el arte y el artista, el oficio de escribir, el amor y el enamoramiento, la envidia y los celos, el despecho, la justicia, la verdad, consiguiendo que en El príncipe negro, brille la mezcla de géneros: es una novela de acción, psicológica y contiene páginas memorables de reflexión ensayística sobre los grandes temas que afectan a los hombres.
Destacaría los siguientes aspectos de la novela:
- la relación amor-odio entre Bradley y Arnold. Esta pareja muestra sentimientos que se suelen dar entre escritores. Arnold es un triunfador, escritor prolífico de novelas ligeras que convierte en best-sellers. Bradley (padrino de Arnold y mayor que él) se considera un artista, aspira a la perfección, se cree superior, pero no tiene éxito, ni de público ni de ventas, no es famoso. Envidia, celos, dominación, respeto, son sentimientos siempre presentes entre ellos, controlados por la necesaria pose que acompaña a los intelectuales, que pueden desbocarse en momentos límites para dar paso al desquite, el odio, lo impredecible.
- Rachel provoca esos momentos. Pone en evidencia el papel de Arnold como marido maltratador y, por una vez, sitúa a Bradley en posición dominante. Rachel, ama de casa, esposa del hombre famoso, siempre en segundo plano, consentidora de las infidelidades de su marido, infravalorada, se aferra a Bradley como el náufrago a un madero. Primero pide amor, luego amistad. Cuando se cree instrumentalizada actuará la mujer despechada y concretará su venganza, inteligente e inmune, sobre los dos hombres que le han importado en su vida. (“No hay furia en el infierno que iguale a una mujer despechada”).
- Julian, hija de Arnold y Rachel, provocará el estallido de sentimientos adormecidos. En Bradley un enamoramiento intenso (entre hombre maduro y jovencita), demencial, que adopta una forma solipsista en principio. Las páginas que tratan la evolución de su amor por Julian son magníficas, traslada su estado de ánimo cambiante, sus contradicciones internas, el conflicto consigo mismo, un hombre engreído que se niega a halagar la vanidad femenina mostrándole sus sentimientos, la quiere pero no le interesa, todo un autoanálisis reflexivo. Pero, ¿no podría tratarse, ese amor repentino, de un componente de sus ganas de hacer daño a Arnold, un gesto de crueldad, una forma de apartar a Rachel? ¿Y una excusa para desentenderse de sus obligaciones en cuanto a su hermana? El comportamiento de Bradley con su hermana refleja un egoísmo atroz y muestra que las reacciones humanas son capaces de adoptar conductas que rebasan cualquier límite moral establecido. Por el contrario, Julian, a pesar de su edad, mostrará una madurez sorprendente ante la confusión de los adultos.
- Priscilla, la hermana de Bradley, surge en escena en el peor momento y de la peor manera. Una mujer acabada, que envejece y se ve abandonada, física y mentalmente enferma, patética, cuya mera presencia molesta, con una enorme carga de frustración y culpa encima. La descripción de Priscilla como producto de su historia (el ambiente familiar, el aborto clandestino, la boda envuelta en engaños, el fracaso matrimonial, la esterilidad), constituye en sí misma una novela y resulta tan precisa que el lector consigue verla aferrada a una estola de visón y cuatro baratijas que le devuelvan algo de dignidad. Murdoch estereotipa y lleva al máximo la situación de las miles de Priscillas que pueblan el mundo.
- Christian, ex esposa de Bradley, representa otro modelo de mujer, la que sabe sacar partido de su atractivo, la que contempla el matrimonio como inversión de futuro, la que actúa consciente de su poder femenino y de la importancia de poseer dinero.

La novela discurre con un ritmo trepidante. De hecho, Bradley está a punto de iniciar un viaje, con las maletas hechas, cuando la primera llamada de Arnold lo impide. Cada vez que se prepara para viajar surge alguien que lo hace imposible y viene a añadir un elemento de embrollo más a la trama. Evoca una sucesión de puestas en escena teatral pues cada nuevo personaje que irrumpe sin avisar en la vida de Bradley aportará su carga problemática que, a partir de entonces, va a interferir con la de Bradley con una exageración decidida por la autora.
Bradley escribe el relato desde la cárcel, condenado por el asesinato de Arnold, amigo del que envidiaba su talento, impulsado por la necesidad de que el mundo conozca su versión de los hechos, su verdad. ¿Pero es ésta la verdad? Aquí, al final, Iris Murdoch se muestra como una gran confabuladora de ficciones y con habilidad para estructurar los textos, pues retuerce la historia al permitir, a través de un imaginario editor que pide opinión del relato autobiográfico de Bradley a los testigos directos e intérpretes de la misma, que se sumen cuatro puntos de vista más: Christian aprovechará para hacer publicidad de sus negocios y tachar a se ex marido de loco; Rachel, desde su posición de viuda respetada se mostrará sibilina y perversa al saber poner en cuestión la versión de Bradley, pero no sabrá ocultar los celos y la envidia; Julian lo reducirá a la historia de un viejo y una niña que desea olvidar; Francis Marlowe proclamará la homosexualidad y el masoquismo de Bradley (temor y odio a las mujeres) y se dará a conocer como psicólogo.
Iris Murdoch proclamó que el arte se ocupa de la verdad y no puede mezclarse con el amor y la política, que la literatura es arte y que tanto el amor como el arte prometen felicidad. En esta novela revela que la verdad es escurridiza, la condición humana rastrera, olvidadiza, vengativa e injusta, e incapaz, cada uno, de escapar a su sino, que el amor se ocupa de la posesión y la vindicación de uno mismo y que, quizás, el mundo pueda ser descrito como un lugar de sufrimiento. También que los intelectuales y artistas, en el sentido más selecto de la palabra, no están excluidos de la sordidez de las relaciones humanas, sometidas al dictado de las pasiones.
Una novela que me ha interesado desde el principio, a pesar de cierto exceso en el desarrollo de algunas ideas más propio de otro tipo de género, en la que destacaría la profundidad en el diseño de los personajes. No dudo de calificarla de alta literatura y conincido con Álvaro Pombo (que escribe el prólogo) en que su lectura proporciona un auténtico placer intelectual.

María García-Lliberós.

jueves, enero 10, 2008

A sangre fría, de Truman Capote

De Truman Capote
Ed. Círculo de lectores, 1972 (Ed. Noguer) y Ed. Anagrama.


Leí por primera vez esta novela en 1973 y me pareció deslumbrante. Le precedía un enorme prestigio pues había sido publicada en inglés en 1965 y supuso una revolución literaria, al haber aplicado métodos de la crónica periodística a la literatura creativa. Empezó cuando Truman Capote, en 1959, reparó en una noticia en un periódico sobre el asesinato de una familia completa en un pueblo de Kansas y viajó hasta allí para escribir un artículo, que fue alargándose, conforme se involucraba con la personalidad de los asesinos, hasta convertirse en un libro cuya elaboración le costó seis años. La película inspirada en la novela se rodó casi a continuación, en 1967, dirigida por Richard Brooks, con enorme éxito también y un guión ajustado al texto, aunque a Capote no le gustara. La he releído y la he vuelto a disfrutar, a pesar de que mis exigencias son mayores y mi capacidad crítica está mejor formada. No me ha defraudado.
A sangre fría, un clásico de la literatura norteamericana, soporta bien el paso del tiempo. Ceñido al relato de unos hechos espeluznantes, los transciende y penetra en cuestiones relativas a la conducta humana. Habla del bien y el mal, de las responsabilidades individuales y colectivas, de los trastornos de la personalidad, de la forma de impartir justicia, de los diferentes valores que se da a la vida, de la sociedad en la que vivimos, formamos parte y sancionamos con nuestro comportamiento.
Estructurada en cuatro partes, con una ordenación lógica aplastante aparentemente cronológica, salpicada de hechos, conversaciones y recuerdos del pasado, es muy dinámica y trata de demostrar que somos consecuencia de las circunstancias familiares y nuestro pasado.
1. Los últimos que les vieron con vida. Capote presenta el escenario de los hechos. Holcomb, un pueblo occidental del estado de Kansas, una comunidad de vecinos tranquila y muy americana, en la que todos se conocen, y una familia impecable, los Clutter, dueña de la granja River Valley. El padre y los dos hijos son trabajadores y organizados, queridos por todos. Con el relato de sus actividades de un día normal, que se diferencia del resto porque no saben que sería el último de sus vidas, consigue hacer más incomprensible el horror del que van a ser víctimas. La madre es una enferma que no hace mal a nadie.
Ya en esta parte, Capote, nos pone en contacto con los auténticos protagonistas de esta novela, los criminales Perry y Dick, porque lo que pretende no es sólo relatar un cuádruplo asesinato sin motivo aparente, sino penetrar en el interior de sus mentes y comprender su conducta. Es lo que engrandece la novela y la aparta por completo de las de género policíaco o de misterio.
Perry, de compleja personalidad, atrajo más a Capote. Con torso de camionero y piernas atrofiadas, musculoso, mestizo, inteligente, engreído, dotado para la música, capaz de componer un poema o de llorar porque el ocaso es hermoso y de dejarse llevar por una ira irracional. Sensible ante un villancico, propenso al suicidio.
Dick es presumido, meticuloso, inteligente, buen mecánico y envidioso. De niño odió tanto a un vecino que había vuelto de la playa con una caja de conchas, que se las robó y las machacó una a una con un martillo. Con estas pinceladas, el lector asimila enseguida las afinidades entre ellos. Dick se interesó por Perry al escucharle que, por gusto, había matado a un hombre de color golpeándolo con una cadena de bicicleta. Descubre al asesino nato que lleva dentro, cuerdo pero sin conciencia, capaz de matar con la máxima sangre fría, y se propone explotar ese don bajo su supervisión.
La personalidad de Perry es el elemento más inquietante de la novela. En otra ocasión relata cómo “en Japón, en un puente había un tipo. Era la primera vez que lo veía. Lo cogió y lo eché al río sin más”. Odia a su hermana porque fue a la escuela, y odia a su padre porque no le dejó ir y quería que trabajara a su lado. Odia a su familia, ¡porque no le han dado cultura!
2. Personas desconocidas. Holcomb se conmueve ante los hechos, surge el miedo y la desconfianza entre vecinos, todos son sospechosos.
Capote nos presenta al equipo de policías que empieza a trabajar en la investigación. El relato se hace descriptivo y didáctico, pero nunca abandona a la pareja asesina. Ésta inicia un periplo descabellado y Capote, para continuar indagando en la psicología de ellos, reproduce conversaciones, la insistencia de Perry en que “debemos tener algo anormal”, y se apoya en hechos como que disfruten atropellando perros en la carretera.
Adquiere importancia la relación de Perry con su padre. La carta enviada por éste a la cárcel no tiene desperdicio. Una historia familiar, con madre alcohólica, abandono de hijos, colegio de monjas que le pegaban por mojar la cama, miedo a la homosexualidad, y ruptura con el padre, que le marcará la vida. Capote se identificó mucho con Perry (también sufrió una madre alcohólica, burlas de sus compañeros por el físico y abandono familiar), y en cierta forma, introduce la reflexión de la responsabilidad social en este tipo de comportamiento.
3. Respuesta. Aparece otro recluso que, a cambio de dinero, pondrá a la policía sobre la pista correcta. Sin él, el crimen hubiera quedado impune.
Fantásticas las páginas en la que nos cuenta que hacían auto stop con intención de estrangular a un conductor solitario y robarle el coche, a la llamada de “Eh, Perry, pásame una cerilla”. La frialdad con que lo cuentan, la naturalidad con que lo planean, la ausencia absoluta de remordimiento, el valor nulo que dan a la vida humana, son datos que van cayendo como losas. Acaba esta parte con su detención, después de haber recorrido en mes y medio quince mil kilómetros.
4. El rincón. Interesantes los estudios de personalidad del psiquiatra que no fueron admitidos por el tribunal y que Capote introduce en la novela. En cierta forma el autor se decide a dictar su propia sentencia, tendente a atenuar la malicia por enfermedad mental y proceder al internamiento en un manicomio. Dick se reconoce ante el psiquiatra pederasta y violador y le anima un rencor cósmico: su enemigo puede ser cualquiera que fuera como a él le hubiera gustado ser o tuviera lo que a él le hubiera gustado tener. Perry tiene síntomas indiscutibles de esquizofrenia paranoica (separación de pensamiento y sentimiento, capaz de cortarle el cuello a Clutter y ponerle un colchón para que espere con mayor comodidad, una compasión absurda hacia la víctima). Capote nos dice que los Clutter pagaron por su infancia desgraciada . “Yo no quería hacerle daño a ese hombre. Me pareció un señor muy bueno. Lo pensé exactamente así hasta el momento en que le abrí el cuello”.
Muestra su debilidad por Perry, al que definió como mitad hombre y mitad niño, una víctima desvalida y se unió a los que pensaron que el juicio, o el sistema judicial, no fueron justos.
El relato de la ejecución, los comentarios del público invitado, es espeluznante y, aunque Capote hace aparecer a un policía como el relator, todo indica que fue testigo presencial de las mismas y lo vio con sus propios ojos. Le marcaron para el resto de su vida. Detalles impresionantes: “los diminutos pies de Smith oscilantes”, los diferentes sentimientos que le generan uno u otro. Introduce el cuestionamiento del método y la “moralidad” del castigo. Hay una profunda reflexión sobre la pena de muerte, su crueldad y su inutilidad. Las últimas palabras de los reos, increpando al público que mata con la misma sangre fría que ellos, mostrando a dos asesinos ante la muerte casi como héroes, capaces de tomarse a broma su destino, incluyen su alegato contra la sociedad.

A sangre fría es el ejemplo por excelencia de la novela reportaje: escrita por un narrador omnisciente, refleja la realidad de los hechos en detalle. Y contiene un trabajo de elaboración de personajes extraordinario.
Capote despoja el crimen de la truculencia del horror para ocuparse del misterio del mal. Dick y Perry son dos asesinos sin escrúpulos que consigue hacerlos próximos, al mostrar su trágica humanidad. Ambos generan también compasión.
Truman Capote transforma una crónica de sucesos en una novela de 360 páginas, con ritmo, muy visual, con enorme profundidad psicológica y en una reflexión sobre la condición humana.
Descubrir la magnitud de la maldad que puede anidar en el individuo debió perturbar tanto a Truman Capote que ya no levantó cabeza, a pesar del enorme éxito, de ventas y de crítica, obtenido. Fue como una maldición que se echó sobre él.
María García-Lliberós