Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez
Editorial Bruguera. Barcelona 1986 (3ª edición)
494 páginas.
Esta novela, publicada por primera vez en 1957, de la que se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 35 idiomas, ha sido calificada como la mejor escrita en lengua castellana del siglo XX y comparada con El Quijote de Cervantes. Sin embargo, la relectura que he efectuado ahora, 20 años más tarde de mi particular descubrimiento, me ha permitido desmitificarla, a pesar de la perfección de su prosa, llena de poderío y belleza sonora.
Trata de la historia de los Buendía, fundadores de Macondo, un pueblo remoto que se configura con reglas propias. La historia de los Buendía y de Macondo fue escrita cien años antes por Melquíades, un individuo que perteneció a una tribu “borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano”. Por eso los últimos Buendía desaparecen con la lectura de los pergaminos descifrados de Melquíades, “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”, frase genial con la que acaba esta fábula literaria y excelente explicación al lector de que se encuentra ante un texto que nada tiene que ver con la realidad y se debe exclusivamente a la creación literaria. No se trata de una realidad mágica sino de una realidad inventada. Por eso en el mismo tiene cabida todo, lo cotidiano y normal, y lo extraordinario y exagerado.
El acierto de García Márquez es que relata con la misma contundencia lo normal que lo extraordinario, consiguiendo que el lector lo asimile como posible y se sumerja en ese mundo ficticio. Está narrada con la lógica de los sueños, en los que mezcla absurdo, sorpresa y aturdimiento.
La estructura del relato es lineal y sigue el curso de las generaciones de los Buendía. Se suceden los Aurelianos (el coronel y el general, el 1º y el 2º, los 17 hijos dispersos del coronel), los Arcadios, los José Arcadios, las Úrsulas, las Amarantas, las Amarantas Úrsulas, de forma que esta repetición de nombres que confunden al lector, es una metáfora de la repetición de la vida que empieza, acaba y vuelve a empezar para transcurrir de forma parecida y terminar. Esto permite que el libro se pueda tomar y dejar sin perder el hilo, porque éste se repite, sin importar cuál de los Buendía es el protagonista del capítulo particular, cuenta la misma historia aderezada de flashes imaginativos sorprendentes (cada uno más que el anterior) que es lo que mantiene viva la curiosidad del lector. Casi podría decirse que se sustenta en una sucesión de anécdotas, independientemente suprimibles. Sin embargo, la prosa tan poderosa y perfecta (ausencia de adverbios y escasez de adjetivos) sostiene la novela. Cada Buendía aporta su locura particular pudiendo poner el punto final en cualquiera de ellos (en esta segunda lectura la novela se me ha hecho larga).
A los Buendía les caracteriza el sino solitario, una cierta impermeabilidad a los afectos, una dosis de demencia importante (Rebeca come tierra húmeda, tiene la peste del insomnio y contagia la enfermedad del olvido; Amaranta se quema las manos para expiar su maldad con Pietro Crespi; Aureliano Segundo empapela la casa con billetes de peso; Amaranta teje su mortaja; otro Buendía se dedica a hacer y deshacer pescaditos de oro; José Arcadio Segundo a leer unos pergaminos indescifrables; Amaranta Úrsula regresa a Macondo con un marido al que lleva atado con un dogal de seda), el gusto por la exageración y el sentimiento de fatalismo.
Un aspecto destacable de la prosa de Cien años de soledad es el uso de la exageración apoyada en cifras. Veamos algunos ejemplos:
- descripción de José Arcadio (hijo de Úrsula) cuando regresa: “hombre descomunal de masculinidad inverosímil, enteramente tatuado con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas. Había dado 75 veces la vuelta al mundo”.
- Francisco, el hombre de 200 años, que derrotó al diablo en un duelo de “improvisación de cantos”.
- Aureliano Buendía promovió 32 levantamientos armados y los perdió todos.
- la Elefanta y Aureliano Segundo “al despertar se bebieron cada uno el jugo de 50 naranjas, 8 litros de café y 30 huevos crudos”.
- pasan de la sequía a la lluvia ininterrumpida durante 4 años, 4 meses y 2 días. La lluvia se convierte en otra forma de silencio.
- Aparece una mujer con un niño, hijo de Aureliano Buendía, que nació con los ojos abiertos y no parpadeaba. Ese año llegaron 9 hijos más del coronel, para ser bautizados por Úrsula, todos con un aire de soledad que no permitía poner en duda el parentesco. En dos años llegan 17 niños.
- más de 400 hombres habían desfilado frente al teatro y habían descargado sus revólveres sobre el cadáver abandonado del capitán Aquiles Ricardo. Se necesitó una patrulla para poner en una carretilla el cuerpo apelmazado de plomo que se desbarataba como un pan ensopado. (En frases como ésta se encuentra la genialidad de GM, lo que lo hace único).
Esta técnica de contabilizar los hechos, con cifras desmesuradas, pretende la rotundidad, hacer incuestionables números resulten inverosímiles. En ocasiones, sustituye la estadística por una portentosa imaginación mediante metáforas de gran belleza y, sobre todo, con un lenguaje que suena con una fortaleza formidable.
- Cuando muere José Arcadio Buendía “empezó a caer una llovizna de flores amarillas. Tantas flores cayeron del cielo que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro. El cadáver huele a pólvora y el cementerio siguió oliendo durante muchos años después.
- descripción del coronel Aureliano Buendía cuando regresa a Macondo: “su cabeza, ahora con entradas profundas parecía horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había adquirido una dureza metódica. Estaba preservado contra la vejez por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia”.
Una familia con capacidad de adivinar el futuro inmediato y la propia muerte que adquiere formas de maravilla: Amaranta la anuncia y le da tiempo hasta de rebanarse los callos, Remedios la Bella asciende a los cielos llevándose las sábanas que estaba tendiendo, los gemelos Aureliano y José Arcadio segundos mueren simultáneamente y el último Buendía, un bebé, es devorado por las hormigas coloradas.
Entre las páginas de la novela se encuentran las claves de la ideología del autor:
- en Macondo “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando los negocios del alma directamente con Dios, y habían perdido la malicia del pecado mortal”.
- el coronel Aureliano Buendía decide ser liberal porque los conservadores son unos tramposos. Se alza contra la injusticia y se convierte en revolucionario. Pero la embriaguez del poder cambia el carácter. La violencia de la guerra, de los militares y revolucionarios, los hace iguales, arrasa los sentimientos.
Y también las claves que justifican su fábula: “la literatura es el mayor juguete que se había inventado para burlarse de la gente”.
Sentido del humor, fantasía desbordante, tratamiento alegre del sexo (incluso del incesto), y un uso del lenguaje prodigioso con metáforas brillantes, explican el éxito de Cien años de soledad. Sin embargo, pienso que si redujera su extensión, el relato aún cobraría más fuerza y resistiría mejor el paso del tiempo. Como me dijo nun amigo, si en lugar de cien años de soledad nos contara cincuenta, mejor.
María García-Lliberós
de Gabriel García Márquez
Editorial Bruguera. Barcelona 1986 (3ª edición)
494 páginas.
Esta novela, publicada por primera vez en 1957, de la que se han vendido más de 30 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 35 idiomas, ha sido calificada como la mejor escrita en lengua castellana del siglo XX y comparada con El Quijote de Cervantes. Sin embargo, la relectura que he efectuado ahora, 20 años más tarde de mi particular descubrimiento, me ha permitido desmitificarla, a pesar de la perfección de su prosa, llena de poderío y belleza sonora.
Trata de la historia de los Buendía, fundadores de Macondo, un pueblo remoto que se configura con reglas propias. La historia de los Buendía y de Macondo fue escrita cien años antes por Melquíades, un individuo que perteneció a una tribu “borrada de la faz de la tierra por haber sobrepasado los límites del conocimiento humano”. Por eso los últimos Buendía desaparecen con la lectura de los pergaminos descifrados de Melquíades, “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”, frase genial con la que acaba esta fábula literaria y excelente explicación al lector de que se encuentra ante un texto que nada tiene que ver con la realidad y se debe exclusivamente a la creación literaria. No se trata de una realidad mágica sino de una realidad inventada. Por eso en el mismo tiene cabida todo, lo cotidiano y normal, y lo extraordinario y exagerado.
El acierto de García Márquez es que relata con la misma contundencia lo normal que lo extraordinario, consiguiendo que el lector lo asimile como posible y se sumerja en ese mundo ficticio. Está narrada con la lógica de los sueños, en los que mezcla absurdo, sorpresa y aturdimiento.
La estructura del relato es lineal y sigue el curso de las generaciones de los Buendía. Se suceden los Aurelianos (el coronel y el general, el 1º y el 2º, los 17 hijos dispersos del coronel), los Arcadios, los José Arcadios, las Úrsulas, las Amarantas, las Amarantas Úrsulas, de forma que esta repetición de nombres que confunden al lector, es una metáfora de la repetición de la vida que empieza, acaba y vuelve a empezar para transcurrir de forma parecida y terminar. Esto permite que el libro se pueda tomar y dejar sin perder el hilo, porque éste se repite, sin importar cuál de los Buendía es el protagonista del capítulo particular, cuenta la misma historia aderezada de flashes imaginativos sorprendentes (cada uno más que el anterior) que es lo que mantiene viva la curiosidad del lector. Casi podría decirse que se sustenta en una sucesión de anécdotas, independientemente suprimibles. Sin embargo, la prosa tan poderosa y perfecta (ausencia de adverbios y escasez de adjetivos) sostiene la novela. Cada Buendía aporta su locura particular pudiendo poner el punto final en cualquiera de ellos (en esta segunda lectura la novela se me ha hecho larga).
A los Buendía les caracteriza el sino solitario, una cierta impermeabilidad a los afectos, una dosis de demencia importante (Rebeca come tierra húmeda, tiene la peste del insomnio y contagia la enfermedad del olvido; Amaranta se quema las manos para expiar su maldad con Pietro Crespi; Aureliano Segundo empapela la casa con billetes de peso; Amaranta teje su mortaja; otro Buendía se dedica a hacer y deshacer pescaditos de oro; José Arcadio Segundo a leer unos pergaminos indescifrables; Amaranta Úrsula regresa a Macondo con un marido al que lleva atado con un dogal de seda), el gusto por la exageración y el sentimiento de fatalismo.
Un aspecto destacable de la prosa de Cien años de soledad es el uso de la exageración apoyada en cifras. Veamos algunos ejemplos:
- descripción de José Arcadio (hijo de Úrsula) cuando regresa: “hombre descomunal de masculinidad inverosímil, enteramente tatuado con una maraña azul y roja de letreros en varios idiomas. Había dado 75 veces la vuelta al mundo”.
- Francisco, el hombre de 200 años, que derrotó al diablo en un duelo de “improvisación de cantos”.
- Aureliano Buendía promovió 32 levantamientos armados y los perdió todos.
- la Elefanta y Aureliano Segundo “al despertar se bebieron cada uno el jugo de 50 naranjas, 8 litros de café y 30 huevos crudos”.
- pasan de la sequía a la lluvia ininterrumpida durante 4 años, 4 meses y 2 días. La lluvia se convierte en otra forma de silencio.
- Aparece una mujer con un niño, hijo de Aureliano Buendía, que nació con los ojos abiertos y no parpadeaba. Ese año llegaron 9 hijos más del coronel, para ser bautizados por Úrsula, todos con un aire de soledad que no permitía poner en duda el parentesco. En dos años llegan 17 niños.
- más de 400 hombres habían desfilado frente al teatro y habían descargado sus revólveres sobre el cadáver abandonado del capitán Aquiles Ricardo. Se necesitó una patrulla para poner en una carretilla el cuerpo apelmazado de plomo que se desbarataba como un pan ensopado. (En frases como ésta se encuentra la genialidad de GM, lo que lo hace único).
Esta técnica de contabilizar los hechos, con cifras desmesuradas, pretende la rotundidad, hacer incuestionables números resulten inverosímiles. En ocasiones, sustituye la estadística por una portentosa imaginación mediante metáforas de gran belleza y, sobre todo, con un lenguaje que suena con una fortaleza formidable.
- Cuando muere José Arcadio Buendía “empezó a caer una llovizna de flores amarillas. Tantas flores cayeron del cielo que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro. El cadáver huele a pólvora y el cementerio siguió oliendo durante muchos años después.
- descripción del coronel Aureliano Buendía cuando regresa a Macondo: “su cabeza, ahora con entradas profundas parecía horneada a fuego lento. Su rostro cuarteado por la sal del Caribe había adquirido una dureza metódica. Estaba preservado contra la vejez por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad de las entrañas. Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia”.
Una familia con capacidad de adivinar el futuro inmediato y la propia muerte que adquiere formas de maravilla: Amaranta la anuncia y le da tiempo hasta de rebanarse los callos, Remedios la Bella asciende a los cielos llevándose las sábanas que estaba tendiendo, los gemelos Aureliano y José Arcadio segundos mueren simultáneamente y el último Buendía, un bebé, es devorado por las hormigas coloradas.
Entre las páginas de la novela se encuentran las claves de la ideología del autor:
- en Macondo “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando los negocios del alma directamente con Dios, y habían perdido la malicia del pecado mortal”.
- el coronel Aureliano Buendía decide ser liberal porque los conservadores son unos tramposos. Se alza contra la injusticia y se convierte en revolucionario. Pero la embriaguez del poder cambia el carácter. La violencia de la guerra, de los militares y revolucionarios, los hace iguales, arrasa los sentimientos.
Y también las claves que justifican su fábula: “la literatura es el mayor juguete que se había inventado para burlarse de la gente”.
Sentido del humor, fantasía desbordante, tratamiento alegre del sexo (incluso del incesto), y un uso del lenguaje prodigioso con metáforas brillantes, explican el éxito de Cien años de soledad. Sin embargo, pienso que si redujera su extensión, el relato aún cobraría más fuerza y resistiría mejor el paso del tiempo. Como me dijo nun amigo, si en lugar de cien años de soledad nos contara cincuenta, mejor.
María García-Lliberós