jueves, noviembre 19, 2009

"Tiempos felices, frágil mundo", de Robert Menasse

     La novela (Alianza, 2009) trata sobre Leo Singer, un individuo extraño, solitario, eterno candidato a doctor en filosofía mediante una tesis sobre Hegel y su fenomenología, una obra con pretensiones de cambiar el mundo. Leo es inteligente y muy tonto al mismo tiempo. Una persona que acarrea falta de afecto desde la infancia. Odia a su madre y desprecia a su padre. Carece de amigos.
     En 1965 se encuentra en Viena con Judith y cree enamorarse de ella. Les une su procedencia judía y su infancia en Brasil, a donde regresarán.

     Una obra que cuesta entrar. Cobra fuerza en la segunda parte en la que se descubre la personalidad de Leo, incapacitado para la felicidad y profundamente egoísta, preocupado por la fama, sin escrúpulos para hacer trampas e incluso matar. Lo que Leo necesita es alguien que le motive a escribir, una oyente, una discípula. El anhelo lo estimula. Cuando el anhelo se hace realidad, se paraliza (decepcionado).

     Judith es una mujer fría, con un pasado doloroso cuyo regreso a Leo no acaba de explicarse. Tal vez porque carece de dinero. Por lo menos, cocainómana y todo, es capaz de “escribirle” la tesis a Leo. ¿Por qué y para qué lo hacía?

     Entre ellos no hay amor, ni amistad, ni comunicación, sólo necesidad.

     Una lectura destructiva que no inspira nada positivo del género humano. Lowinger, es otro personaje curioso. Acoge a Leo como a un hijo en Brasil (¿lo es realmente?, ¿qué relación tuvo con su madre?, una historia apenas sugerida), es rico, culto, interesado en el arte, en ejercer de mecenas (porque detrás hay dinero a ganar). Un viejo que lleva su decadencia con dignidad. Las conversaciones con Leo son interesantes, sobre la dictadura brasileña, sobre arte.

     Me ha ocurrido algo raro con esta novela. Mientras la leía era consciente de tener entre mkis manos una obra de calidad, está bien escrita, y al mismo tiempo sabía que iba a olvidarla pronto y no me dejaría huella. Tal vez, por ello, escribo estas líneas
     La historia no responde al título. Si algo no hay en la novela son tiempos felices. Es un libro demoledor.

     Sin embargo, estoy contenta de haberlo leído. Robert Menasse tiene un estilo propio, es un erudito, pero a veces resulta oscuro (quien sabe si lo hace a propósito) o si forma parte de la impostura de sus personajes.

jueves, mayo 28, 2009

"Mimoun", de Rafael Chirbes

Mimoun,
de Rafael Chirbes
Ed. Anagrama, 3ª edición 2008 (1ª ed. 1988)

Como seguidora de la obra de Rafael Chirbes, la reedición de “Mimoun”, primera novela publicada del autor, finalista del Premio Herralde en 1988, la recibí con entusiasmo. Se me había convertido en un título mítico por innencontrable. Su lectura no me ha defraudado.
El argumento gira en torno al año que Manuel, un profesor español, pasó en Mimoun, un pueblo marroquí próximo a Fez, con el pretexto de escribir una novela que la atmósfera del lugar le impedirá llevar a cabo. El interés surge de la forma de contárnoslo porque el texto transmite múltiples sensaciones. Mimoun, como escenario de una larga pesadilla, muestra un mundo cerrado, estrecho, en el que se sabe todo, aunque no se exprese, en el que se siente la vigilancia de policía y lugareños, opresivo, siniestro, masculino, torturante, amenazador. Me ha gustado, especialmente, la prosa, de enorme belleza (“la luna vino como una joya exquisita”), de frases cortas, la descripción de Mimoun –una ciudad muerta, abandonada por los franceses tras la independencia, “animada sólo por el zoco de los jueves”- y, sobre todo, la creación de una atmósfera fantasmagórica que cambia con las estaciones: en verano se cubre de polvo y calor, en invierno de nieve, barro y frío. En las primaveras y los otoños vuelve la luminosa belleza, el aire transparente y limpio. La tierra roja, la lluvia y el viento que azota durante semanas seguidas, contribuyen a ese ambiente enloquecedor que afecta a sus habitantes. La decrepitud de la ciudad -el olor a cementerio de todo el país- se contagia a los que la habitan. Mimoun me ha evocado la Comala de Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, un lugar simbólico, sin personas vivas y de tierras baldías, habitado por fantasmas.
Manuel, el narrador, es un tipo abúlico, con tendencia a dejarse impregnar por el entorno, como si tuviera adormecida la voluntad. Forma parte del grupo de los extranjeros -junto con otro español, Francisco, y un francés, Charment-, pero, a diferencia de ellos, se relaciona con los nativos, que lo observan como una rareza y se aprovechan de él. Un trato censurado por unos y otros. Los tres comparten algo más que el entorno de La Creuse, la mansión maldita ubicada en lo alto de un cerro que atrae bandadas de perros que aúllan por las noches, en la que murió violentamente un antiguo misionero. Comparten un sentimiento de fracaso, el amor por el arte, el desencanto en sus profesiones, sus soledades, la necesidad de ocultar parte de sus vidas y el miedo, hacia el exterior y el que alimentan hacia sí mismos. También, la ausencia de amor. La novela transmite desesperanza, huida y afán de autodestrucción.
En esta historia lo que no se cuenta adquiere una gran importancia. Chirbes, con ese estilo hermoso y sintético, propio de la poesía, obliga a poner la mente del lector a trabajar. Contiene elementos de novela gótica: la misteriosa muerte de Charpent, el incendio intencionado de La Creuse, que a nadie importa, el intento de suicidio de Francisco, el ahorcamiento del perro por una mano anónima con un cable del piano, asuntos que duermen en el misterio y contribuyen a enrarecer el clima de ensoñación agudizado por el alcoholismo.
“Mimoun” refleja también la realidad marroquí, una sociedad devastada por la pobreza, la incultura y la corrupción política. La novela tiene un sesgo marcadamente masculino hasta el punto de limitar las relaciones sexuales de Manuel a los hombres o las prostitutas, un aspecto que agudiza la impresión decadente de sí mismo. La relación con Hassam el bello marroquí con el que se acuesta de vez en cuando, está dominada por éste último, a pesar de su “aliento descompuesto”, su indolencia y el hecho de que sea Manuel quien tenga dinero. Manuel se convierte en un juguete en manos de los árabes (incluida Rachida, la mujer de la limpieza, y la policía).
Una crónica inquietante de Mimoun y sus gentes (excepto de las mujeres consideradas decentes que permanecen escondidas en sus hogares), hecha por un observador incisivo implicado en la misma, que se introduce en el interior de la desconfianza sin solución entre marroquíes y españoles (y franceses). Cuenta pedazos de vida, de soledad, de supervivencia y muestra la fragilidad del ser humano.
Rafael Chirbes no es un escritor complaciente ni optimista. Posee pulso narrativo, observa la sociedad y la despedaza con lucidez. Sorprende que esta novela fuera escrita en la década de los ochenta, cuando los autores españoles se dejaron llevar por la euforia mercantilista de la transición. Con este precedente, no extraña que Chirbes, fiel a sus obsesiones, haya escrito “Crematorio” (2007), su última y muy premiada novela, ubicada en una España ajena a los ideales y dominada por la codicia.
María García-lliberós




miércoles, marzo 25, 2009

"Érase una vez", de Margaret Atwood

Érase una vez,
de Margaret Atwood
Ed. Lumen, 2008
148 páginas.
Érase una vez recoge seis relatos y dos composiciones de difícil clasificación (¿parodias?), la que da título al libro y A favor de las mujeres tontas. Respecto a los seis que constituyen el núcleo del libro, cabe resaltar algunas características comunes:
1. El punto de vista: relatos de mujer en primera persona a partir de sus experiencias y observaciones, y de alguna manera analizan la condición femenina.
2. La temática: relaciones de pareja con los hombres cuando el amor se está acabando y, en consecuencia, los sentimientos, las actitudes y conductas, y la comunicación entre ellos, ya sea falta de la misma o mala comunicación (equívocos). El fingimiento entre ellos para que la convivencia sea soportable.
3. El escenario: la sociedad canadiense de clase media, en ocasiones el mundo de los intelectuales, profesores o escritores.
4. El lenguaje directo y preciso, alejado de las florituras, de frases cortas, con predominio de acción sobre reflexión (que la deja para el lector).
5. El desaliento, la resignación instalada entre las parejas protagonistas, el fracaso no explicitado de las relaciones sentimentales, la infelicidad de la rutina y, frente a ello, la persistencia de la relación ante el miedo a la soledad de las sociedades urbanas modernas. Un realismo nada mágico, pesimista y desesperanzador.
6. La ausencia del punto de vista masculino.
7. La concepción comprometida de la literatura: la raíz crítica de los relatos sobre aspectos controvertidos de la sociedad.

En general, la lectura de este libro “no me ha hecho pasar un buen rato”, pero sí ha conseguido removerme por dentro, generar inquietud porque son unos cuentos que muestran la frustración personal de la forma occidental que toma la socialización. Las parejas protagonistas son cultas e infelices de forma consciente, empeñadas en seguir de esa manera hasta el fin de sus días, incapaces de resolver un problema de desamor. Son historias bastante deprimentes.

Por ejemplo, en el relato titulado La tumba del famoso poeta, nos muestra a una pareja civilizada en pleno proceso de deterioro. Lo hace a través de frases que no llegan a formularse en voz alta de enorme intensidad expresiva.
“Siempre que algo le produce admiración quiere poseerlo”.
“Yacemos hombro con hombro, sufriendo ambos de un amor no correspondido”.
“Toca sexo, anoche se lo saltó”. “Nos amamos, pero no nos amamos bien”.
“Quiero que termine esta larga y abrasiva competencia por conseguir el papel de víctima”.
“Ya hemos tenido nuestra discusión”.
“No estamos más condenados que cualquier otra cosa muerta”.
Prosa contundente, cerebral, fría, un disparo a quemarropa a la mente del lector.

El primero y último texto –Érase una vez y A favor de las mujeres tontas-son una parodia satírica sobre el sinsentido al que puede llevarnos el uso del lenguaje políticamente correcto (hoy no se podrían publicar cuentos como La Bella Durmiente, Blancanieves o Caperucita roja. Ni siquiera Peter Pan o El gato con botas), y lo que debe la literatura a las mujeres tontas, ya que sin ellas, no existirían muchas de las mejores historias de ficción.
Margaret Atwood no es una escritora complaciente. Nos dice, esto es lo que hay, así somos, éste es el mundo que hemos hecho y en el que nos hemos de mover, el final feliz no existe, o nos hemos encargado de que no exista.
Su literatura tiene que ver con el hecho de ser mujer, además de escritora, tanto a la hora de ponerse a escribir, como a la de escoger la naturaleza de sus personajes: se revela ante los críticos que no consideran inverosímil la incoherencia en un personaje femenino, sino un defecto de la naturaleza de las mujeres, al igual que niega esa creencia de que la mujer que aspira a ser buena en algo debe sacrificar parte de su feminidad.
Huye de los estereotipos: un personaje femenino puede rebelarse contra las convenciones sociales sin necesidad de arrojarse al tren como Anna Karenina o suicidarse con cianuro como Madame Bovary y provocarse una larguísima y terrible muerte. La literatuta de Margaret Atwood es radicalmente libre y poco convencional.
En este sentido, la lectura de La maldición de Eva, una recopilación de conferencias de la autora en las que aborda la problemática en la construcción de personajes masculinos y femeninos, y sobre todo, el rol de la mujer como escritora, lectora y protagonista de novelas, es muy clarificadora.
He leído recientemente otra novela de ella: Penélope y las doce criadas, en la que reconstruye el mito de Penélope, la sumisa, leal y abnegada esposa de Odiseo, y revisa el texto clásico con un nuevo enfoque derivado de la decisión de darle voz a Penélope, a las criadas que mató Odiseo a su regreso del largo viaje, a Helena de Troya y otras mujeres pasivas hasta entonces en la historia original, consiguiendo un nuevo enfoque lleno de ironía, una visión crítica de cuestiones de la sociedad de la época persistentes en el tiempo. Una revisión de la mitología griega llena de actualidad.
En Érase una vez, en lugar de ironía predomina un sarcasmo negativo, inteligente y certero que te amarga el día.
María García-Lliberós

"El corazón helado", de Almudena Grandes

El corazón helado,
de Almudena Grandes.
Círculo de Lectores, 2007 (Tusquets).
979 páginas.

Novela monumental, por su extensión y complejidad temática, por las técnicas narrativas empleadas, por el número de personajes y la hondura en el tratamiento de cada uno de ellos. Sería simplificar el argumento si lo resumiéramos en la dramática historia, plural, de dos ramas familiares, entrecruzadas y enfrentadas por la guerra civil y las consecuencias en los hijos y nietos de esas generaciones.
Almudena Grandes aplica su capacidad para contar historias y transmitir sentimientos a experiencias que acaecieron durante la guerra y la posguerra. Algunas páginas contagian emoción, consigue que el lector participe del dolor de los personajes a causa de la pérdida, de la injusticia o la traición. Es lo más valioso del libro, algo por lo que, sin duda, hace que su lectura resulte recomendable.
Destacaría los siguientes aspectos:
1. La estructura, la marca dos líneas narrativas que van intercalándose:
- la voz en primer persona de Álvaro Carrión Otero que cuenta la muerte de su padre Julio Carrión González en 2005 y, a partir de este suceso, el conocimiento y enamoramiento de Raquel Fernández Perea, prima segunda de una rama de la familia republicana exiliada. Es un relato subjetivo, parcial, impregnado del impacto que le van produciendo el descubrimiento de hechos ignorados hasta entonces desde su posición de pertenecer a una familia de las que ganaron la Guerra Civil y supieron aprovecharlo.
- la voz omnisciente, en tercera persona, que va dando cuenta del pasado de los personajes durante el período de 1936 a 1956. Podría entenderse objetiva, y es cierto que atiende a las consideraciones de ambos bandos, con una inclinación republicana, porque la novela elige ahondar en el sufrimiento de aquellos que se fueron y lo perdieron todo o se lo arrebataron.
- el uso de los retrocesos en el tiempo mientras avanza la relación entre Álvaro y Raquel, la dosificación de la intriga, está muy bien para mantener la tensión de la lectura y, desde luego, mantenerla durante casi mil páginas no es nada fácil y Almudena Grandes lo consigue.
2. El corazón helado es una novela de novelas. La autora desmenuza y se demora en la biografía de cada uno de sus personajes. Es la novela de Julio Carrión González, y la de Ignacio Fernández Muñoz, el Abogado, la de Teresa González, maestra republicana que morirá en la cárcel, y su marido Benigno Carrión. Es la de Paloma Fernández Muñoz, viuda del prestigioso Carlos, denunciado por su prima, y la de Anita, abuela de Raquel, y la de Angélica, madre de Álvaro. Cada una de estas historias funciona por sí sola y podría constituir una novela. La suma de ellas es lo que conforma el escenario en el que el lector sitúa al protagonista principal, Julio Carrión González, un hombre con múltiples caras que entra y sale de la vida de los demás siempre sacando partido.
3. Una novela realista inspirada en hechos reales.
4. De enorme interés los capítulos relativos a la División Azul, las penalidades pasadas, el retiro vergonzoso desde el frente alemán y la actitud de Julio Carrión que, con la vista puesta en el inmediato futuro, conservó las pruebas de su pertenencia.
Igual que el recibimiento por parte de Francia de los exiliados republicanos, considerados indeseables asesinos de curas y monjas e incendiarios de conventos, retenidos en campos de trabajo o como fuerza de choque contra los nazis en la guerra mundial, y nunca reconocidos por ello.
Desprenden fuerza épica, ternura (“Anita es una manzanita”), ansiedad, nostalgia, adquieren tintes de homenaje. Son vibrantes y alcanzan el corazón del lector. Al igual que las que se refieren a la vida de los exiliados españoles en Toulouse y en Paris.
5. Acertada la percepción de España de los hijos de exiliados, que son franceses pero españoles, o que no son de ningún sitio, que están hartos de las lamentaciones y batallitas de sus padres, que no han vivido la Guerra Civil y observan España, en la década de los sesenta, como destino turístico donde las cosas no están tan mal como las pintan.
Al igual que el testimonio de Casilda, una viuda roja que no se exilió, incomprendida por el hijo y por su marido actual y con mucho rencor hacia el régimen.
6. Los personajes, en general, están trabajados, bien definidos y bien urdida la conexión entre ellos. El de Julio Carrión González (hijo de un pastor de ovejas y una maestra republicana que levantó un imperio inmobiliario), con toda su multiplicidad -padre cariñoso, putero, frío y calculador- está espléndido. El de Ignacio Fernández -en las antípodas, el hombre justo, leal, legalista, solidario y demasiado bueno- también.
Me ha gustado especialmente Eugenio Sánchez Delgado, el único personaje decente entre los de la derecha franquista, el dogmático puro, enemigo del abuso, con sentido de la justicia, respeto al adversario y piedad, el falangista honesto que no se presta a legitimar los robos camuflados como incautaciones, ni da el visto bueno a la corrupción instalada en la Administración. El idealista de derechas que, por otra parte, sirve para compensar un relato escorado hacia la izquierda republicana.
Igualmente, el personaje de Angélica Otero joven, de casada y viuda. Es lista, osada, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Pero falta explicar las relaciones con Mariana, su madre. Aquí observo una laguna argumental notable en una historia tan larga y con tantos detalles sobre otros personajes menos importantes.
Y, precisamente, el personaje que desde mi punto de vista falla es el de Raquel Fernández Perea. Casa mal la frialdad de la Raquel vengativa y negociadora con la Raquel débil, entregada casi en el primer encuentro con Álvaro. Además, no está justificado el invento, demasiado retorcido y alambicado, de ser amante de Julio Carrión y más absurda resulta la necesidad de crear ese ambiente de velitas, colección de cintas porno, viagra y consolador de color morado en el ático de Jorge Juan (mostrarle la escritura del ático hubiera tenido el mismo efecto).
Y, aunque el final con el encuentro entre Álvaro y su madre es soberbio, su empeño por dar cuenta a sus hermanos lo que hizo su padre, con ninguna finalidad (¿es que pensaba proponer compensar entre todos a la familia de Raquel, o renunciar a su parte de la herencia?), carece de sentido, a pesar de la excelente puesta en escena literaria.
La novela es demasiado larga. Repite, machaconamente, algunas apostillas (las caderas de Raquel más anchas de lo que parecía exigir la estrechez de su cintura, el todo es la suma de las partes cuando no se interrelacionan, el mundo gira debajo de la cama de Raquel, las mujeres, en su mayoría, son guapas, rotundas, pisan fuerte con tacones por la calle, las piernas más bonitas de Madrid, etc. etc.).
Lo que no quita para afirmar la excelencia de esta lectura necesaria por las luces que proyecta sobre aspectos desconocidos de nuestra historia que nos afectan a todos.
Esta novela, junto con Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez (Anagrama) y La voz dormida, de Dulce Chacón (Círculo de Lectores y Santillana), tiene el mérito de haber revolucionado el tratamiento de esta parte de la historia de España en la literatura. Una forma, sin duda, de contribuir a la recuperación de la memoria histórica y de hacer justicia.
María García-Lliberós



jueves, enero 22, 2009

Corazón tan blanco, de Javier Marías

Corazón tan blanco,
de Javier Marías.
Editorial Anagrama, 1992

Leí esta novela en 1992 y me encantó. La he vuelto a leer ahora y la he disfrutado más todavía porque la he comprendido mejor. Corazón tan blanco contiene todas las obsesiones y goza de las características de la literatura del autor:
- Identificación entre narrador y protagonista. Marías gusta de la primera persona y sus relatos fluyen desde la perspectiva de un hombre treintañero, con conocimiento profundo de lenguas, que trabaja de traductor, intérprete (Corazón tan blanco), profesor español residente en Oxford (Todas las almas) o colaborador con el servicio de inteligencia británico en Londres (Tu rostro mañana). Es obvio que Marías domina la lengua inglesa y le gusta exponer sus conocimientos (ha sido premiado por algunas traducciones, ha residido en Oxford y no sé si habrá trabajado como espía aunque no me extrañaría nada) y presumo que, de alguna forma, esos protagonistas son su alter ego.
- Les atribuye profesiones que les obliga a estar atentos, escuchar mucho, interpretar lo que oyen y lo que ven, como los gestos, las miradas, los movimientos, e incluso lo que se callan, con una tendencia a querer comprenderlo todo. Se mueven en ambientes internacionales. Disponen de tiempo y de dinero. Poseen unas mentes hiperactivas que buscan las consecuencias y las causas de lo que observan (y tienen mucha capacidad de observación), impulsados por una enorme curiosidad. Les gusta hurgar en el interior de las personas. Ello los hace morbosos, detallistas, propensos a la sospecha, distantes. No descansan nunca (el oído no tienen párpados), dan una enorme importancia a las palabras (existe lo que se dice) y no creen en las casualidades.
- La estructura de sus novelas es compleja, con frecuentes digresiones filosóficas sobre el comportamiento humano. Puede parecer que en ocasiones pierda el hilo argumental y se vaya por las ramas, pero no, Marías si se ha desviado de su rumbo es a causa de algo que se entiende cuando vuelve a la senda del relato. Nada queda al azar. Son novelas con mucho pensamiento, a veces más que acción, densas, con cierta sobredosis de erudición. Hasta se le podría acusar de cierto exhibicionismo cultural que le alejan de posibles lectores, o de un punto de pedantería.
- La prosa es rica y reflexiva. El autor busca la palabra precisa, y no otra, de frases largas, necesarias para el permanente ejercicio de deducción que efectúa, en las que es fácil encontrarse con lo que ha ocurrido y lo que no, y lo que podría haber sido de otra forma, alambicadas, retorcidas, que reclaman concentración por parte del lector para asimilarlas y disfrutarlas. Una prosa culta, de estilo muy personal que me recuerda la de Henry James, por ejemplo.
- Los personajes escapan siempre de la vulgaridad. En Corazón tan blanco, Ranz, Luisa, Berta, Juan, el narrador, Teresa, Bill, resultan atractivos y coherentes con sus planteamientos, a pesar de pertenecer a la categoría de rebuscados, malvados o egoístas. No mueren con una novela, porque Marías los recupera para otras (Custardoy, Rylands, Luisa, de la Cuesta volverán a aparecer en producciones posteriores).
De todo esto se deduce que las novelas de Javier Marías no son fáciles, es raro que lleguen a colarse en una lista de best sellers , pero cuando conquista a un lector, lo hace para siempre porque los seduce. Sus lectores le somos fieles porque lo reconocemos como un escritor admirable.
El primer capítulo de Corazón tan blanco es la perfecta descripción de una puesta en escena. Teresa (tía del narrador), que había regresado de La Habana en viaje de bodas, se pega un tiro frente al espejo del cuarto de baño mientras la familia y los invitados comen. Nos lo cuenta, con numerosos detalles, un narrador que sólo sabremos en el capítulo siguiente que no fue testigo, pues nació años más tarde, fruto del matrimonio de Ranz, el viudo, con Juana, la hermana pequeña de Teresa. El hecho se convirtió en un secreto de familia. Reconstruir los hechos a través de otros testimonios constituirá parte de la trama. La novela terminará con la explicación, cuando ya es pasado lejano, de los motivos que indujeron a Teresa, la joven esposa, a matarse.
Esta escena parece quedar dormida durante muchas páginas, porque la acción se sitúa 40 años más tarde, cuando el narrador se encontrará también, con Luisa, su mujer, en La Habana en viaje de novios, acuciado por un presentimiento de desastre. Esto le da pie a Marías para introducir una reflexión de enorme agudeza sobre el matrimonio (¿y ahora qué?, se pregunta el recién casado, o le pregunta Ranz), la pérdida de individualidad que conlleva y el cambio de apreciación del mundo que le sigue. Interesantísima y muy amena, la escena desde el balcón de La Habana, observando a Miriam, en esa espera humillante a la que le somete Guillermo (permite deducir mucho del carácter de ambos), y la conversación entre ellos que ocupan en el hotel la habitación de al lado, espiada por él y Luisa, aunque finjan no hacerlo. Una pareja, la de Miriam y Guillermo, que vive de sus obstáculos (la esposa que no muere, el deseo de salir de Cuba de Miriam) y explicita el móvil de un crimen (que no será el que cometan ellos).
La novela es una investigación sobre la complejidad de las relaciones humanas y, en especial, entre una pareja, donde tan importante es lo que se dice o se hace, que lo que se calla, se interpreta o se olvida. Marías incide en la importancia de los secretos, las sospechas y el ejercicio del poder.
Luisa, la mujer del narrador, también es intérprete, está, por tanto, habituada al “espionaje oral”. La escena entre el alto mandatario español y su homónima inglesa, traducida por Juan y supervisada por Luisa, es ingeniosa y demuestra que Marías también goza de sentido del humor y sabe trasmitirlo. La escena en sí, podría ser prescindible aunque la usa para introducir una digresión sobre el amor a los gobernantes (políticos democráticos con nostalgias dictatoriales) que traslada a las parejas (el amor obliga a hacer cosas que no queremos) que resulta pertinente. De paso, se permite una crítica hacia la fiebre traductora que domina los foros internacionales (caso de los australianos) que, aunque interesante y delirante, no afecta a la historia que nos cuenta.
Ranz es un personaje que merece alguna reflexión. El hombre elegante, culto, un delincuente de guante blanco que hace trapicheos en los selectos ambientes del arte dejándose mecer por los beneficios de una corrupción paulatina y ligera, bien considerada, jovial, vividor, atractivo que esconde a su hijo dos enormes secretos, un primer matrimonio y un asesinato que provocará un posterior suicidio. Juan no quiere saber pero acaba sabiendo y Luisa, acaba perdonando o aparentándolo (enterarse no parece alterar el afecto por su suegro). Está bien perfilado. Excelente la escena final de la confesión a Luisa, espiada por Juan desde su dormitorio, para que luego las relaciones entre ellos sigan igual, aunque ya sean diferentes.
Otro personaje interesante es el de Berta, la mujer sola, con dos matrimonios fracasados, de vida independiente, en Nueva York, dispuesta a arriesgarse por una relación ocasional y a humillarse. Terrible el rodaje del video para Bill (“falta la pierna”, la de la cojera) y terrible el video anzuelo que le envía, sin rostro, con voz exigente, frío, cruel (impresionante la descripción del mismo y las deducciones que efectúa Juan al visionarlo, un torso semidesnudo ante una cámara fija), sabiendo que ese maltrato anticipado es lo que conseguirá excitarla lo suficiente para subyugarse. Guillermo y Bill (y Custardoy, copista de arte y con características observadoras parecidas a los intérpretes) son estereotipos de hombres fuertes en su relación con las mujeres, obscenos, broncos, fríos, que explotan el deseo sexual para ejercer el dominio, porque les gusta someter. Berta y Mirian son el tipo de mujeres que se prestan gustosas, o sin poderlo evitar, a este juego. Berta constituye un secreto de Juan en su matrimonio.
Luisa es diferente, la mujer compañera y cómplice, que sabe hacerse respetar y querer, que sabe sonsacar secretos (contarlos es la mayor prueba de entrega, eso creen los que lo hacen), porque ella sí quiere saber (incluso si en el futuro su marido piensa en matarla), que tiene conciencia de las palabras, como Juan, por lo que piensa antes de hablar. Una mujer observadora y observada, analizada permanentemente por Juan que, en silencio, se fija en sus cambios deduce, sospecha, descarta, es sometida a prueba (regreso anticipado de Ginebra si avisarla). “Nadie puede fiarse de nadie”.
Una novela trascendental, llena de pensamiento, bien dosificado con la acción, psicológica, profunda.
Hay un juicio sobre las mujeres del que discrepo. Lo expresa en la página 147 y lo repite en la 273: “las mujeres sienten curiosidad sin mezcla...”, “no imaginan o no anticipan la índole de lo que ignoran, de lo que puede llegar a averiguarse y de lo que puede llegar a hacerse, no saben que los actos se cometen solos o que los pone en marcha una sola palabra”. Están en boca de Juan, el protagonista narrador, y denotan una creencia de superioridad intelectual por el simple hecho de ser hombre, un ramalazo machista del protagonista que chirría en el discurso.
A pesar de ello, una novela redonda, de las pocas publicadas en español en el siglo XX que sobrevivirán el paso del tiempo.
María García-Lliberós
Valencia, diciembre de 2008