El corazón helado,
de Almudena Grandes.
Círculo de Lectores, 2007 (Tusquets).
979 páginas.
Novela monumental, por su extensión y complejidad temática, por las técnicas narrativas empleadas, por el número de personajes y la hondura en el tratamiento de cada uno de ellos. Sería simplificar el argumento si lo resumiéramos en la dramática historia, plural, de dos ramas familiares, entrecruzadas y enfrentadas por la guerra civil y las consecuencias en los hijos y nietos de esas generaciones.
Almudena Grandes aplica su capacidad para contar historias y transmitir sentimientos a experiencias que acaecieron durante la guerra y la posguerra. Algunas páginas contagian emoción, consigue que el lector participe del dolor de los personajes a causa de la pérdida, de la injusticia o la traición. Es lo más valioso del libro, algo por lo que, sin duda, hace que su lectura resulte recomendable.
de Almudena Grandes.
Círculo de Lectores, 2007 (Tusquets).
979 páginas.
Novela monumental, por su extensión y complejidad temática, por las técnicas narrativas empleadas, por el número de personajes y la hondura en el tratamiento de cada uno de ellos. Sería simplificar el argumento si lo resumiéramos en la dramática historia, plural, de dos ramas familiares, entrecruzadas y enfrentadas por la guerra civil y las consecuencias en los hijos y nietos de esas generaciones.
Almudena Grandes aplica su capacidad para contar historias y transmitir sentimientos a experiencias que acaecieron durante la guerra y la posguerra. Algunas páginas contagian emoción, consigue que el lector participe del dolor de los personajes a causa de la pérdida, de la injusticia o la traición. Es lo más valioso del libro, algo por lo que, sin duda, hace que su lectura resulte recomendable.
Destacaría los siguientes aspectos:
1. La estructura, la marca dos líneas narrativas que van intercalándose:
- la voz en primer persona de Álvaro Carrión Otero que cuenta la muerte de su padre Julio Carrión González en 2005 y, a partir de este suceso, el conocimiento y enamoramiento de Raquel Fernández Perea, prima segunda de una rama de la familia republicana exiliada. Es un relato subjetivo, parcial, impregnado del impacto que le van produciendo el descubrimiento de hechos ignorados hasta entonces desde su posición de pertenecer a una familia de las que ganaron la Guerra Civil y supieron aprovecharlo.
- la voz omnisciente, en tercera persona, que va dando cuenta del pasado de los personajes durante el período de 1936 a 1956. Podría entenderse objetiva, y es cierto que atiende a las consideraciones de ambos bandos, con una inclinación republicana, porque la novela elige ahondar en el sufrimiento de aquellos que se fueron y lo perdieron todo o se lo arrebataron.
- el uso de los retrocesos en el tiempo mientras avanza la relación entre Álvaro y Raquel, la dosificación de la intriga, está muy bien para mantener la tensión de la lectura y, desde luego, mantenerla durante casi mil páginas no es nada fácil y Almudena Grandes lo consigue.
2. El corazón helado es una novela de novelas. La autora desmenuza y se demora en la biografía de cada uno de sus personajes. Es la novela de Julio Carrión González, y la de Ignacio Fernández Muñoz, el Abogado, la de Teresa González, maestra republicana que morirá en la cárcel, y su marido Benigno Carrión. Es la de Paloma Fernández Muñoz, viuda del prestigioso Carlos, denunciado por su prima, y la de Anita, abuela de Raquel, y la de Angélica, madre de Álvaro. Cada una de estas historias funciona por sí sola y podría constituir una novela. La suma de ellas es lo que conforma el escenario en el que el lector sitúa al protagonista principal, Julio Carrión González, un hombre con múltiples caras que entra y sale de la vida de los demás siempre sacando partido.
3. Una novela realista inspirada en hechos reales.
4. De enorme interés los capítulos relativos a la División Azul, las penalidades pasadas, el retiro vergonzoso desde el frente alemán y la actitud de Julio Carrión que, con la vista puesta en el inmediato futuro, conservó las pruebas de su pertenencia.
Igual que el recibimiento por parte de Francia de los exiliados republicanos, considerados indeseables asesinos de curas y monjas e incendiarios de conventos, retenidos en campos de trabajo o como fuerza de choque contra los nazis en la guerra mundial, y nunca reconocidos por ello.
Desprenden fuerza épica, ternura (“Anita es una manzanita”), ansiedad, nostalgia, adquieren tintes de homenaje. Son vibrantes y alcanzan el corazón del lector. Al igual que las que se refieren a la vida de los exiliados españoles en Toulouse y en Paris.
5. Acertada la percepción de España de los hijos de exiliados, que son franceses pero españoles, o que no son de ningún sitio, que están hartos de las lamentaciones y batallitas de sus padres, que no han vivido la Guerra Civil y observan España, en la década de los sesenta, como destino turístico donde las cosas no están tan mal como las pintan.
Al igual que el testimonio de Casilda, una viuda roja que no se exilió, incomprendida por el hijo y por su marido actual y con mucho rencor hacia el régimen.
6. Los personajes, en general, están trabajados, bien definidos y bien urdida la conexión entre ellos. El de Julio Carrión González (hijo de un pastor de ovejas y una maestra republicana que levantó un imperio inmobiliario), con toda su multiplicidad -padre cariñoso, putero, frío y calculador- está espléndido. El de Ignacio Fernández -en las antípodas, el hombre justo, leal, legalista, solidario y demasiado bueno- también.
Me ha gustado especialmente Eugenio Sánchez Delgado, el único personaje decente entre los de la derecha franquista, el dogmático puro, enemigo del abuso, con sentido de la justicia, respeto al adversario y piedad, el falangista honesto que no se presta a legitimar los robos camuflados como incautaciones, ni da el visto bueno a la corrupción instalada en la Administración. El idealista de derechas que, por otra parte, sirve para compensar un relato escorado hacia la izquierda republicana.
Igualmente, el personaje de Angélica Otero joven, de casada y viuda. Es lista, osada, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Pero falta explicar las relaciones con Mariana, su madre. Aquí observo una laguna argumental notable en una historia tan larga y con tantos detalles sobre otros personajes menos importantes.
Y, precisamente, el personaje que desde mi punto de vista falla es el de Raquel Fernández Perea. Casa mal la frialdad de la Raquel vengativa y negociadora con la Raquel débil, entregada casi en el primer encuentro con Álvaro. Además, no está justificado el invento, demasiado retorcido y alambicado, de ser amante de Julio Carrión y más absurda resulta la necesidad de crear ese ambiente de velitas, colección de cintas porno, viagra y consolador de color morado en el ático de Jorge Juan (mostrarle la escritura del ático hubiera tenido el mismo efecto).
Y, aunque el final con el encuentro entre Álvaro y su madre es soberbio, su empeño por dar cuenta a sus hermanos lo que hizo su padre, con ninguna finalidad (¿es que pensaba proponer compensar entre todos a la familia de Raquel, o renunciar a su parte de la herencia?), carece de sentido, a pesar de la excelente puesta en escena literaria.
La novela es demasiado larga. Repite, machaconamente, algunas apostillas (las caderas de Raquel más anchas de lo que parecía exigir la estrechez de su cintura, el todo es la suma de las partes cuando no se interrelacionan, el mundo gira debajo de la cama de Raquel, las mujeres, en su mayoría, son guapas, rotundas, pisan fuerte con tacones por la calle, las piernas más bonitas de Madrid, etc. etc.).
Lo que no quita para afirmar la excelencia de esta lectura necesaria por las luces que proyecta sobre aspectos desconocidos de nuestra historia que nos afectan a todos.
Esta novela, junto con Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez (Anagrama) y La voz dormida, de Dulce Chacón (Círculo de Lectores y Santillana), tiene el mérito de haber revolucionado el tratamiento de esta parte de la historia de España en la literatura. Una forma, sin duda, de contribuir a la recuperación de la memoria histórica y de hacer justicia.
María García-Lliberós
1. La estructura, la marca dos líneas narrativas que van intercalándose:
- la voz en primer persona de Álvaro Carrión Otero que cuenta la muerte de su padre Julio Carrión González en 2005 y, a partir de este suceso, el conocimiento y enamoramiento de Raquel Fernández Perea, prima segunda de una rama de la familia republicana exiliada. Es un relato subjetivo, parcial, impregnado del impacto que le van produciendo el descubrimiento de hechos ignorados hasta entonces desde su posición de pertenecer a una familia de las que ganaron la Guerra Civil y supieron aprovecharlo.
- la voz omnisciente, en tercera persona, que va dando cuenta del pasado de los personajes durante el período de 1936 a 1956. Podría entenderse objetiva, y es cierto que atiende a las consideraciones de ambos bandos, con una inclinación republicana, porque la novela elige ahondar en el sufrimiento de aquellos que se fueron y lo perdieron todo o se lo arrebataron.
- el uso de los retrocesos en el tiempo mientras avanza la relación entre Álvaro y Raquel, la dosificación de la intriga, está muy bien para mantener la tensión de la lectura y, desde luego, mantenerla durante casi mil páginas no es nada fácil y Almudena Grandes lo consigue.
2. El corazón helado es una novela de novelas. La autora desmenuza y se demora en la biografía de cada uno de sus personajes. Es la novela de Julio Carrión González, y la de Ignacio Fernández Muñoz, el Abogado, la de Teresa González, maestra republicana que morirá en la cárcel, y su marido Benigno Carrión. Es la de Paloma Fernández Muñoz, viuda del prestigioso Carlos, denunciado por su prima, y la de Anita, abuela de Raquel, y la de Angélica, madre de Álvaro. Cada una de estas historias funciona por sí sola y podría constituir una novela. La suma de ellas es lo que conforma el escenario en el que el lector sitúa al protagonista principal, Julio Carrión González, un hombre con múltiples caras que entra y sale de la vida de los demás siempre sacando partido.
3. Una novela realista inspirada en hechos reales.
4. De enorme interés los capítulos relativos a la División Azul, las penalidades pasadas, el retiro vergonzoso desde el frente alemán y la actitud de Julio Carrión que, con la vista puesta en el inmediato futuro, conservó las pruebas de su pertenencia.
Igual que el recibimiento por parte de Francia de los exiliados republicanos, considerados indeseables asesinos de curas y monjas e incendiarios de conventos, retenidos en campos de trabajo o como fuerza de choque contra los nazis en la guerra mundial, y nunca reconocidos por ello.
Desprenden fuerza épica, ternura (“Anita es una manzanita”), ansiedad, nostalgia, adquieren tintes de homenaje. Son vibrantes y alcanzan el corazón del lector. Al igual que las que se refieren a la vida de los exiliados españoles en Toulouse y en Paris.
5. Acertada la percepción de España de los hijos de exiliados, que son franceses pero españoles, o que no son de ningún sitio, que están hartos de las lamentaciones y batallitas de sus padres, que no han vivido la Guerra Civil y observan España, en la década de los sesenta, como destino turístico donde las cosas no están tan mal como las pintan.
Al igual que el testimonio de Casilda, una viuda roja que no se exilió, incomprendida por el hijo y por su marido actual y con mucho rencor hacia el régimen.
6. Los personajes, en general, están trabajados, bien definidos y bien urdida la conexión entre ellos. El de Julio Carrión González (hijo de un pastor de ovejas y una maestra republicana que levantó un imperio inmobiliario), con toda su multiplicidad -padre cariñoso, putero, frío y calculador- está espléndido. El de Ignacio Fernández -en las antípodas, el hombre justo, leal, legalista, solidario y demasiado bueno- también.
Me ha gustado especialmente Eugenio Sánchez Delgado, el único personaje decente entre los de la derecha franquista, el dogmático puro, enemigo del abuso, con sentido de la justicia, respeto al adversario y piedad, el falangista honesto que no se presta a legitimar los robos camuflados como incautaciones, ni da el visto bueno a la corrupción instalada en la Administración. El idealista de derechas que, por otra parte, sirve para compensar un relato escorado hacia la izquierda republicana.
Igualmente, el personaje de Angélica Otero joven, de casada y viuda. Es lista, osada, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Pero falta explicar las relaciones con Mariana, su madre. Aquí observo una laguna argumental notable en una historia tan larga y con tantos detalles sobre otros personajes menos importantes.
Y, precisamente, el personaje que desde mi punto de vista falla es el de Raquel Fernández Perea. Casa mal la frialdad de la Raquel vengativa y negociadora con la Raquel débil, entregada casi en el primer encuentro con Álvaro. Además, no está justificado el invento, demasiado retorcido y alambicado, de ser amante de Julio Carrión y más absurda resulta la necesidad de crear ese ambiente de velitas, colección de cintas porno, viagra y consolador de color morado en el ático de Jorge Juan (mostrarle la escritura del ático hubiera tenido el mismo efecto).
Y, aunque el final con el encuentro entre Álvaro y su madre es soberbio, su empeño por dar cuenta a sus hermanos lo que hizo su padre, con ninguna finalidad (¿es que pensaba proponer compensar entre todos a la familia de Raquel, o renunciar a su parte de la herencia?), carece de sentido, a pesar de la excelente puesta en escena literaria.
La novela es demasiado larga. Repite, machaconamente, algunas apostillas (las caderas de Raquel más anchas de lo que parecía exigir la estrechez de su cintura, el todo es la suma de las partes cuando no se interrelacionan, el mundo gira debajo de la cama de Raquel, las mujeres, en su mayoría, son guapas, rotundas, pisan fuerte con tacones por la calle, las piernas más bonitas de Madrid, etc. etc.).
Lo que no quita para afirmar la excelencia de esta lectura necesaria por las luces que proyecta sobre aspectos desconocidos de nuestra historia que nos afectan a todos.
Esta novela, junto con Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez (Anagrama) y La voz dormida, de Dulce Chacón (Círculo de Lectores y Santillana), tiene el mérito de haber revolucionado el tratamiento de esta parte de la historia de España en la literatura. Una forma, sin duda, de contribuir a la recuperación de la memoria histórica y de hacer justicia.
María García-Lliberós
2 comentarios:
Estoy leyendo la novela de Almudena Grandes, "El corazón helado".Es maravilloso el relato de la psicología de los personajes.Es una novela muy larga pero una vez que se empieza la lectura no se la puede abandonar y te vas metiendo en la historia de estas familias y sin querer te vas dando cuenta que es la historia de cualquiera de nosotros y que queramos o no, nos pertenece a todos los españoles."El corazón helado" es un despertador de la memoria y de la conciencia.Un merecido homenaje a los republicanos españoles. Gracias Almudena.Elizabeth C.Sánchez
La terminé de leer hace un par de horas y estoy absolutamente sumergida en la historia. Creo que es excelente, me ha hecho emocionar . Me gusta tu análisis, acuerdo en que falta lo de Angelica y su madre. También no me convence lo que hizo Raquel, esas fueron las páginas que menos me atrayeron del libro. Las reiteraciones me gustan, producen un efecto de resaltar las impresiones de Alvaro. Me encanta la historia de Ignacio y Anita, he imaginado cada detalle. Una novela que quedará entre mis preferidas, y una autora que me seduce cada vez más. Muy linda tu página, la seguiré leyendo. Saludos desde Argentina
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