jueves, enero 22, 2009

Corazón tan blanco, de Javier Marías

Corazón tan blanco,
de Javier Marías.
Editorial Anagrama, 1992

Leí esta novela en 1992 y me encantó. La he vuelto a leer ahora y la he disfrutado más todavía porque la he comprendido mejor. Corazón tan blanco contiene todas las obsesiones y goza de las características de la literatura del autor:
- Identificación entre narrador y protagonista. Marías gusta de la primera persona y sus relatos fluyen desde la perspectiva de un hombre treintañero, con conocimiento profundo de lenguas, que trabaja de traductor, intérprete (Corazón tan blanco), profesor español residente en Oxford (Todas las almas) o colaborador con el servicio de inteligencia británico en Londres (Tu rostro mañana). Es obvio que Marías domina la lengua inglesa y le gusta exponer sus conocimientos (ha sido premiado por algunas traducciones, ha residido en Oxford y no sé si habrá trabajado como espía aunque no me extrañaría nada) y presumo que, de alguna forma, esos protagonistas son su alter ego.
- Les atribuye profesiones que les obliga a estar atentos, escuchar mucho, interpretar lo que oyen y lo que ven, como los gestos, las miradas, los movimientos, e incluso lo que se callan, con una tendencia a querer comprenderlo todo. Se mueven en ambientes internacionales. Disponen de tiempo y de dinero. Poseen unas mentes hiperactivas que buscan las consecuencias y las causas de lo que observan (y tienen mucha capacidad de observación), impulsados por una enorme curiosidad. Les gusta hurgar en el interior de las personas. Ello los hace morbosos, detallistas, propensos a la sospecha, distantes. No descansan nunca (el oído no tienen párpados), dan una enorme importancia a las palabras (existe lo que se dice) y no creen en las casualidades.
- La estructura de sus novelas es compleja, con frecuentes digresiones filosóficas sobre el comportamiento humano. Puede parecer que en ocasiones pierda el hilo argumental y se vaya por las ramas, pero no, Marías si se ha desviado de su rumbo es a causa de algo que se entiende cuando vuelve a la senda del relato. Nada queda al azar. Son novelas con mucho pensamiento, a veces más que acción, densas, con cierta sobredosis de erudición. Hasta se le podría acusar de cierto exhibicionismo cultural que le alejan de posibles lectores, o de un punto de pedantería.
- La prosa es rica y reflexiva. El autor busca la palabra precisa, y no otra, de frases largas, necesarias para el permanente ejercicio de deducción que efectúa, en las que es fácil encontrarse con lo que ha ocurrido y lo que no, y lo que podría haber sido de otra forma, alambicadas, retorcidas, que reclaman concentración por parte del lector para asimilarlas y disfrutarlas. Una prosa culta, de estilo muy personal que me recuerda la de Henry James, por ejemplo.
- Los personajes escapan siempre de la vulgaridad. En Corazón tan blanco, Ranz, Luisa, Berta, Juan, el narrador, Teresa, Bill, resultan atractivos y coherentes con sus planteamientos, a pesar de pertenecer a la categoría de rebuscados, malvados o egoístas. No mueren con una novela, porque Marías los recupera para otras (Custardoy, Rylands, Luisa, de la Cuesta volverán a aparecer en producciones posteriores).
De todo esto se deduce que las novelas de Javier Marías no son fáciles, es raro que lleguen a colarse en una lista de best sellers , pero cuando conquista a un lector, lo hace para siempre porque los seduce. Sus lectores le somos fieles porque lo reconocemos como un escritor admirable.
El primer capítulo de Corazón tan blanco es la perfecta descripción de una puesta en escena. Teresa (tía del narrador), que había regresado de La Habana en viaje de bodas, se pega un tiro frente al espejo del cuarto de baño mientras la familia y los invitados comen. Nos lo cuenta, con numerosos detalles, un narrador que sólo sabremos en el capítulo siguiente que no fue testigo, pues nació años más tarde, fruto del matrimonio de Ranz, el viudo, con Juana, la hermana pequeña de Teresa. El hecho se convirtió en un secreto de familia. Reconstruir los hechos a través de otros testimonios constituirá parte de la trama. La novela terminará con la explicación, cuando ya es pasado lejano, de los motivos que indujeron a Teresa, la joven esposa, a matarse.
Esta escena parece quedar dormida durante muchas páginas, porque la acción se sitúa 40 años más tarde, cuando el narrador se encontrará también, con Luisa, su mujer, en La Habana en viaje de novios, acuciado por un presentimiento de desastre. Esto le da pie a Marías para introducir una reflexión de enorme agudeza sobre el matrimonio (¿y ahora qué?, se pregunta el recién casado, o le pregunta Ranz), la pérdida de individualidad que conlleva y el cambio de apreciación del mundo que le sigue. Interesantísima y muy amena, la escena desde el balcón de La Habana, observando a Miriam, en esa espera humillante a la que le somete Guillermo (permite deducir mucho del carácter de ambos), y la conversación entre ellos que ocupan en el hotel la habitación de al lado, espiada por él y Luisa, aunque finjan no hacerlo. Una pareja, la de Miriam y Guillermo, que vive de sus obstáculos (la esposa que no muere, el deseo de salir de Cuba de Miriam) y explicita el móvil de un crimen (que no será el que cometan ellos).
La novela es una investigación sobre la complejidad de las relaciones humanas y, en especial, entre una pareja, donde tan importante es lo que se dice o se hace, que lo que se calla, se interpreta o se olvida. Marías incide en la importancia de los secretos, las sospechas y el ejercicio del poder.
Luisa, la mujer del narrador, también es intérprete, está, por tanto, habituada al “espionaje oral”. La escena entre el alto mandatario español y su homónima inglesa, traducida por Juan y supervisada por Luisa, es ingeniosa y demuestra que Marías también goza de sentido del humor y sabe trasmitirlo. La escena en sí, podría ser prescindible aunque la usa para introducir una digresión sobre el amor a los gobernantes (políticos democráticos con nostalgias dictatoriales) que traslada a las parejas (el amor obliga a hacer cosas que no queremos) que resulta pertinente. De paso, se permite una crítica hacia la fiebre traductora que domina los foros internacionales (caso de los australianos) que, aunque interesante y delirante, no afecta a la historia que nos cuenta.
Ranz es un personaje que merece alguna reflexión. El hombre elegante, culto, un delincuente de guante blanco que hace trapicheos en los selectos ambientes del arte dejándose mecer por los beneficios de una corrupción paulatina y ligera, bien considerada, jovial, vividor, atractivo que esconde a su hijo dos enormes secretos, un primer matrimonio y un asesinato que provocará un posterior suicidio. Juan no quiere saber pero acaba sabiendo y Luisa, acaba perdonando o aparentándolo (enterarse no parece alterar el afecto por su suegro). Está bien perfilado. Excelente la escena final de la confesión a Luisa, espiada por Juan desde su dormitorio, para que luego las relaciones entre ellos sigan igual, aunque ya sean diferentes.
Otro personaje interesante es el de Berta, la mujer sola, con dos matrimonios fracasados, de vida independiente, en Nueva York, dispuesta a arriesgarse por una relación ocasional y a humillarse. Terrible el rodaje del video para Bill (“falta la pierna”, la de la cojera) y terrible el video anzuelo que le envía, sin rostro, con voz exigente, frío, cruel (impresionante la descripción del mismo y las deducciones que efectúa Juan al visionarlo, un torso semidesnudo ante una cámara fija), sabiendo que ese maltrato anticipado es lo que conseguirá excitarla lo suficiente para subyugarse. Guillermo y Bill (y Custardoy, copista de arte y con características observadoras parecidas a los intérpretes) son estereotipos de hombres fuertes en su relación con las mujeres, obscenos, broncos, fríos, que explotan el deseo sexual para ejercer el dominio, porque les gusta someter. Berta y Mirian son el tipo de mujeres que se prestan gustosas, o sin poderlo evitar, a este juego. Berta constituye un secreto de Juan en su matrimonio.
Luisa es diferente, la mujer compañera y cómplice, que sabe hacerse respetar y querer, que sabe sonsacar secretos (contarlos es la mayor prueba de entrega, eso creen los que lo hacen), porque ella sí quiere saber (incluso si en el futuro su marido piensa en matarla), que tiene conciencia de las palabras, como Juan, por lo que piensa antes de hablar. Una mujer observadora y observada, analizada permanentemente por Juan que, en silencio, se fija en sus cambios deduce, sospecha, descarta, es sometida a prueba (regreso anticipado de Ginebra si avisarla). “Nadie puede fiarse de nadie”.
Una novela trascendental, llena de pensamiento, bien dosificado con la acción, psicológica, profunda.
Hay un juicio sobre las mujeres del que discrepo. Lo expresa en la página 147 y lo repite en la 273: “las mujeres sienten curiosidad sin mezcla...”, “no imaginan o no anticipan la índole de lo que ignoran, de lo que puede llegar a averiguarse y de lo que puede llegar a hacerse, no saben que los actos se cometen solos o que los pone en marcha una sola palabra”. Están en boca de Juan, el protagonista narrador, y denotan una creencia de superioridad intelectual por el simple hecho de ser hombre, un ramalazo machista del protagonista que chirría en el discurso.
A pesar de ello, una novela redonda, de las pocas publicadas en español en el siglo XX que sobrevivirán el paso del tiempo.
María García-Lliberós
Valencia, diciembre de 2008

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