Saber perder,
de David Trueba
Ed. Anagrama, 2008
520 páginas.
Acabada la lectura, la primera sensación que tengo es de satisfacción, de saber que me ha gustado leerla despacio, saborearla, y reconocer que una trama tejida con personas normales y corrientes, auténticos antihéroes, ambientada en un barrio como cualquier otro del Madrid actual, me haya interesado tanto. Hay muchos temas camuflados tras una prosa de perfecta sencillez.
Acertado el título, porque los protagonistas de esta historia se encuentran entre los que saben aceptar la derrota con dignidad. El diseño de los personajes, muy trabajado, es de lo mejor de la novela. Veamos.
1. Los personajes.
Leandro, en la vejez, mientras su esposa Aurora se está muriendo, le da por permitirse un desquite de sexo. Se enganchará, al igual que un adicto lo hace de la droga, a Osembe, prostituta nigeriana fría y mercantilista que le recuerda de continuo que su tiempo con ella está tasado y cada caricia tiene un precio. ¿Por qué lo hace?, ¿Por qué hipoteca su casa y pierde 60 mil euros con Osembe? “No hay nada peor que un viejo seductor, pero es mejor que ser solamente un viejo” (pag. 372). “La gente hace cosas sin reparar en ellas. No existe la motivación para todos los actos, es un error creerlo así” (pag.453) Leandro es, a pesar de ello, una buena persona, profesor de música jubilado, pianista frustrado que ha llevado una vida gris, a diferencia de Joaquín, su amigo de la infancia, también pianista, que ha triunfado como artista. El encuentro entre Joaquín y Leandro, entre el triunfador y el perdedor, frente al biógrafo del primero, es memorable: el afecto infantil que retiene la memoria se tiñe de vanidad ante la humildad del testigo. Hay envidia, paternalismo, servilismo, resulta tan humano que conmueve por su crueldad y ternura a un tiempo.
Lorenzo, en la edad difícil de la cuarentena y en una situación en decadencia –su mujer Pilar acaba de abandonarle, su empresa ha quebrado y él está en el paro- vive con su hija Sylvia, una adolescente independiente. Lorenzo se siente solo y acabado. Necesita afecto de manera urgente. De ahí su fijación por Daniela, una ecuatoriana estéril que trabaja de cuidadora en el piso de arriba. Otro personaje estupendo que sobrevive asido entre el desarraigo y la inseguridad, la deriva religiosa y el desequilibrio mental.
Sylvia, de 16 años, aporta el contrapunto de madurez al relato. Vive acuciada por perder la virginidad y está sola, a pesar de sus amigos Mai y Dani, los compañeros del instituto y su familia. Por azar conocerá a Ariel Burano, argentino, jugador de fútbol en uno de los equipos grandes de Madrid. La relación entre Ariel y Sylvia irá creciendo poco a poco, clandestina, entre los mimos necesarios para preservarla de la presión de la fama, conscientes ambos de su fecha de caducidad.
Personajes normales de acuerdo con los tiempos, descritos con sabiduría y respeto, creíbles y próximos al lector, comprensibles, que se mueven a través del texto sin derrapar, con sus deficiencias, vicios, errores, sin caer nunca en la denuncia, la censura o el sentimentalismo, como elementos representativos del mapa humano.
2. La estructura, el lenguaje y el punto de vista.
Se compone de cuatro partes cuyos títulos dan pistas de las preocupaciones del autor (¿Es esto deseo?, ¿Es esto amor?, ¿Éste soy yo?, ¿Es esto el final?). Los títulos van en interrogantes, de acuerdo con la perplejidad de los personajes consigo mismos, desorientados, inseguros, frágiles. Cada parte acumula capítulos cortos que atañen de forma salteada a uno de los protagonistas, a los que el autor va siguiendo en un plazo breve de tiempo, la duración del curso escolar, la temporada de fútbol. Podría ser una técnica parecida a la de una película, pero en la novela predomina un quehacer eminentemente literario y el autor no se ha dejado comer por su otra profesión de director y guionista de cine. Esta estructura resulta dinámica, nunca se entretiene demasiado tiempo con un personaje, da agilidad al texto y mantiene una curiosidad permanente.
La novela discurre fácil porque la prosa está cuidada, esto es, trabajada. A destacar el buen oído de David Trueba cuando reproduce el habla porteña del argentino Ariel, y las seleccionadas palabras de la ecuatoriana Daniela.
El relato lo cuenta una voz omnisciente en tercera persona, pero lo hace de una manera que no pierde nada del verismo o la cercanía de un testigo que hablara en primera persona. El lector entra en la psicología de los personajes, participa de sus reflexiones y sentimientos, entiende lo que les pasa por dentro. Lo consigue Trueba porque los trata con enorme tolerancia y sensibilidad. Me ha parecido una de las grandes virtudes del libro.
Tiene buen pulso para describir escenas (aquí debe haberle servido su experiencia como guionista). Me han gustado especialmente cuatro:
- entre Dani y Sylvia en la primera parte, de iniciación sexual, los toqueteos, la sensación de algo incompleto, el miedo al fracaso, la vergüenza posterior.
- las visitas de Leandro al chalet - burdel consigue que el lector las visualice con facilidad.
- el chulo de Osembe irrumpiendo de forma violenta en el piso de Joaquín, éste jugando al rol de pianista millonario, las patadas de ella en el costado. Escena compleja que resuelve de maravilla.
- Ariel entrando en el dormitorio de la mujer de Amílcar (entrenador), esa pastora de almas con técnicas de meretriz.
3. El argumento.
Saber perder es un fresco sobre la vida contemporánea en una gran urbe como es Madrid, una novela inserta en la sociedad actual. David Trueba es un hombre de su tiempo y se enfrenta a los problemas humanos propios del siglo XXI y a otros que son eternos. La vejez (“nadie nos enseña a ser viejos”, pag.79), la enfermedad, la decrepitud y la muerte están presentes y con importante peso específico. También temas como el pudor entre la pareja Leandro - Aurora, el “estúpido ahorro de emoción” que suele instalarse en la cotidianidad de un matrimonio y la desolación que esconde, las relaciones sexuales cuando el deseo ha muerto, un tema poco tratado. Y el pudor entre Ariel y Sylvia, la comunicación entre ellos a base de silencios, malos entendidos iniciales, timidez, miedo. La culpa, el remordimiento y la reincidencia. El complejo de inferioridad de Lorenzo (Pilar gana más dinero), el fracaso, la soledad (los juegos eróticos de Lorenzo con la muñeca Barbie son estremecedores), las barreras físicas entre padres e hijos, la amistad. También se adentra en otros temas como la vida de los inmigrantes, el extrañamiento que se siente en un país que no es el tuyo, la relación con los españoles, la inseguridad de los sin papeles (Daniela tiene la sensación de estar en España como en una jaula con las puertas abiertas de la que no te atreves a salir por si luego no puedes entrar), la violencia (de Osembe y su chulo, de los taxistas del aeropuerto de Madrid, de Lorenzo con Paco), la presión de los medios de comunicación sobre los jóvenes para sentirse activos sexualmente, reflexiones sobre internet, la pornografía en la red, el futuro de incomunicados onanistas.
Nos aporta, además, una enorme novedad poco explotada literariamente: el mundo mercenario del fútbol, las miserias que rodean a los futbolistas estrellas, las campañas de prensa, las trampas, el ambiente.
Presenta David Trueba una sociedad española muy dura, que genera muchas víctimas en su seno. Sin embargo, el libro desprende ternura, éste es el gran misterio que convierte Saber perder en una historia singular. Una novela realista, ambiciosa por su temática, que resuelve con eficacia.
Sólo me ha molestado la muerte de Paco, el ex-socio de Lorenzo, el nuevo rico afortunado, vampiro, estafador, que convierte a éste en resentido y criminal, le hace perder su sitio en el mundo. Saber perder no necesita elementos de triller para mantener la tensión.
La novela carece de un desenlace rotundo, porque la vida continua para cada uno de los personajes. Eso sí, han aprendido a perder, o han aprendido a vivir. Tal vez no sean perdedores natos, tal vez sea que vivir consista en ir cosechando pérdidas.
Una novela madura llena de sabiduría y sensibilidad que considero muy recomendable.
María García-Lliberós
de David Trueba
Ed. Anagrama, 2008
520 páginas.
Acabada la lectura, la primera sensación que tengo es de satisfacción, de saber que me ha gustado leerla despacio, saborearla, y reconocer que una trama tejida con personas normales y corrientes, auténticos antihéroes, ambientada en un barrio como cualquier otro del Madrid actual, me haya interesado tanto. Hay muchos temas camuflados tras una prosa de perfecta sencillez.
Acertado el título, porque los protagonistas de esta historia se encuentran entre los que saben aceptar la derrota con dignidad. El diseño de los personajes, muy trabajado, es de lo mejor de la novela. Veamos.
1. Los personajes.
Leandro, en la vejez, mientras su esposa Aurora se está muriendo, le da por permitirse un desquite de sexo. Se enganchará, al igual que un adicto lo hace de la droga, a Osembe, prostituta nigeriana fría y mercantilista que le recuerda de continuo que su tiempo con ella está tasado y cada caricia tiene un precio. ¿Por qué lo hace?, ¿Por qué hipoteca su casa y pierde 60 mil euros con Osembe? “No hay nada peor que un viejo seductor, pero es mejor que ser solamente un viejo” (pag. 372). “La gente hace cosas sin reparar en ellas. No existe la motivación para todos los actos, es un error creerlo así” (pag.453) Leandro es, a pesar de ello, una buena persona, profesor de música jubilado, pianista frustrado que ha llevado una vida gris, a diferencia de Joaquín, su amigo de la infancia, también pianista, que ha triunfado como artista. El encuentro entre Joaquín y Leandro, entre el triunfador y el perdedor, frente al biógrafo del primero, es memorable: el afecto infantil que retiene la memoria se tiñe de vanidad ante la humildad del testigo. Hay envidia, paternalismo, servilismo, resulta tan humano que conmueve por su crueldad y ternura a un tiempo.
Lorenzo, en la edad difícil de la cuarentena y en una situación en decadencia –su mujer Pilar acaba de abandonarle, su empresa ha quebrado y él está en el paro- vive con su hija Sylvia, una adolescente independiente. Lorenzo se siente solo y acabado. Necesita afecto de manera urgente. De ahí su fijación por Daniela, una ecuatoriana estéril que trabaja de cuidadora en el piso de arriba. Otro personaje estupendo que sobrevive asido entre el desarraigo y la inseguridad, la deriva religiosa y el desequilibrio mental.
Sylvia, de 16 años, aporta el contrapunto de madurez al relato. Vive acuciada por perder la virginidad y está sola, a pesar de sus amigos Mai y Dani, los compañeros del instituto y su familia. Por azar conocerá a Ariel Burano, argentino, jugador de fútbol en uno de los equipos grandes de Madrid. La relación entre Ariel y Sylvia irá creciendo poco a poco, clandestina, entre los mimos necesarios para preservarla de la presión de la fama, conscientes ambos de su fecha de caducidad.
Personajes normales de acuerdo con los tiempos, descritos con sabiduría y respeto, creíbles y próximos al lector, comprensibles, que se mueven a través del texto sin derrapar, con sus deficiencias, vicios, errores, sin caer nunca en la denuncia, la censura o el sentimentalismo, como elementos representativos del mapa humano.
2. La estructura, el lenguaje y el punto de vista.
Se compone de cuatro partes cuyos títulos dan pistas de las preocupaciones del autor (¿Es esto deseo?, ¿Es esto amor?, ¿Éste soy yo?, ¿Es esto el final?). Los títulos van en interrogantes, de acuerdo con la perplejidad de los personajes consigo mismos, desorientados, inseguros, frágiles. Cada parte acumula capítulos cortos que atañen de forma salteada a uno de los protagonistas, a los que el autor va siguiendo en un plazo breve de tiempo, la duración del curso escolar, la temporada de fútbol. Podría ser una técnica parecida a la de una película, pero en la novela predomina un quehacer eminentemente literario y el autor no se ha dejado comer por su otra profesión de director y guionista de cine. Esta estructura resulta dinámica, nunca se entretiene demasiado tiempo con un personaje, da agilidad al texto y mantiene una curiosidad permanente.
La novela discurre fácil porque la prosa está cuidada, esto es, trabajada. A destacar el buen oído de David Trueba cuando reproduce el habla porteña del argentino Ariel, y las seleccionadas palabras de la ecuatoriana Daniela.
El relato lo cuenta una voz omnisciente en tercera persona, pero lo hace de una manera que no pierde nada del verismo o la cercanía de un testigo que hablara en primera persona. El lector entra en la psicología de los personajes, participa de sus reflexiones y sentimientos, entiende lo que les pasa por dentro. Lo consigue Trueba porque los trata con enorme tolerancia y sensibilidad. Me ha parecido una de las grandes virtudes del libro.
Tiene buen pulso para describir escenas (aquí debe haberle servido su experiencia como guionista). Me han gustado especialmente cuatro:
- entre Dani y Sylvia en la primera parte, de iniciación sexual, los toqueteos, la sensación de algo incompleto, el miedo al fracaso, la vergüenza posterior.
- las visitas de Leandro al chalet - burdel consigue que el lector las visualice con facilidad.
- el chulo de Osembe irrumpiendo de forma violenta en el piso de Joaquín, éste jugando al rol de pianista millonario, las patadas de ella en el costado. Escena compleja que resuelve de maravilla.
- Ariel entrando en el dormitorio de la mujer de Amílcar (entrenador), esa pastora de almas con técnicas de meretriz.
3. El argumento.
Saber perder es un fresco sobre la vida contemporánea en una gran urbe como es Madrid, una novela inserta en la sociedad actual. David Trueba es un hombre de su tiempo y se enfrenta a los problemas humanos propios del siglo XXI y a otros que son eternos. La vejez (“nadie nos enseña a ser viejos”, pag.79), la enfermedad, la decrepitud y la muerte están presentes y con importante peso específico. También temas como el pudor entre la pareja Leandro - Aurora, el “estúpido ahorro de emoción” que suele instalarse en la cotidianidad de un matrimonio y la desolación que esconde, las relaciones sexuales cuando el deseo ha muerto, un tema poco tratado. Y el pudor entre Ariel y Sylvia, la comunicación entre ellos a base de silencios, malos entendidos iniciales, timidez, miedo. La culpa, el remordimiento y la reincidencia. El complejo de inferioridad de Lorenzo (Pilar gana más dinero), el fracaso, la soledad (los juegos eróticos de Lorenzo con la muñeca Barbie son estremecedores), las barreras físicas entre padres e hijos, la amistad. También se adentra en otros temas como la vida de los inmigrantes, el extrañamiento que se siente en un país que no es el tuyo, la relación con los españoles, la inseguridad de los sin papeles (Daniela tiene la sensación de estar en España como en una jaula con las puertas abiertas de la que no te atreves a salir por si luego no puedes entrar), la violencia (de Osembe y su chulo, de los taxistas del aeropuerto de Madrid, de Lorenzo con Paco), la presión de los medios de comunicación sobre los jóvenes para sentirse activos sexualmente, reflexiones sobre internet, la pornografía en la red, el futuro de incomunicados onanistas.
Nos aporta, además, una enorme novedad poco explotada literariamente: el mundo mercenario del fútbol, las miserias que rodean a los futbolistas estrellas, las campañas de prensa, las trampas, el ambiente.
Presenta David Trueba una sociedad española muy dura, que genera muchas víctimas en su seno. Sin embargo, el libro desprende ternura, éste es el gran misterio que convierte Saber perder en una historia singular. Una novela realista, ambiciosa por su temática, que resuelve con eficacia.
Sólo me ha molestado la muerte de Paco, el ex-socio de Lorenzo, el nuevo rico afortunado, vampiro, estafador, que convierte a éste en resentido y criminal, le hace perder su sitio en el mundo. Saber perder no necesita elementos de triller para mantener la tensión.
La novela carece de un desenlace rotundo, porque la vida continua para cada uno de los personajes. Eso sí, han aprendido a perder, o han aprendido a vivir. Tal vez no sean perdedores natos, tal vez sea que vivir consista en ir cosechando pérdidas.
Una novela madura llena de sabiduría y sensibilidad que considero muy recomendable.
María García-Lliberós