Mimoun,
de Rafael Chirbes
Ed. Anagrama, 3ª edición 2008 (1ª ed. 1988)
Como seguidora de la obra de Rafael Chirbes, la reedición de “Mimoun”, primera novela publicada del autor, finalista del Premio Herralde en 1988, la recibí con entusiasmo. Se me había convertido en un título mítico por innencontrable. Su lectura no me ha defraudado.
El argumento gira en torno al año que Manuel, un profesor español, pasó en Mimoun, un pueblo marroquí próximo a Fez, con el pretexto de escribir una novela que la atmósfera del lugar le impedirá llevar a cabo. El interés surge de la forma de contárnoslo porque el texto transmite múltiples sensaciones. Mimoun, como escenario de una larga pesadilla, muestra un mundo cerrado, estrecho, en el que se sabe todo, aunque no se exprese, en el que se siente la vigilancia de policía y lugareños, opresivo, siniestro, masculino, torturante, amenazador. Me ha gustado, especialmente, la prosa, de enorme belleza (“la luna vino como una joya exquisita”), de frases cortas, la descripción de Mimoun –una ciudad muerta, abandonada por los franceses tras la independencia, “animada sólo por el zoco de los jueves”- y, sobre todo, la creación de una atmósfera fantasmagórica que cambia con las estaciones: en verano se cubre de polvo y calor, en invierno de nieve, barro y frío. En las primaveras y los otoños vuelve la luminosa belleza, el aire transparente y limpio. La tierra roja, la lluvia y el viento que azota durante semanas seguidas, contribuyen a ese ambiente enloquecedor que afecta a sus habitantes. La decrepitud de la ciudad -el olor a cementerio de todo el país- se contagia a los que la habitan. Mimoun me ha evocado la Comala de Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, un lugar simbólico, sin personas vivas y de tierras baldías, habitado por fantasmas.
Manuel, el narrador, es un tipo abúlico, con tendencia a dejarse impregnar por el entorno, como si tuviera adormecida la voluntad. Forma parte del grupo de los extranjeros -junto con otro español, Francisco, y un francés, Charment-, pero, a diferencia de ellos, se relaciona con los nativos, que lo observan como una rareza y se aprovechan de él. Un trato censurado por unos y otros. Los tres comparten algo más que el entorno de La Creuse, la mansión maldita ubicada en lo alto de un cerro que atrae bandadas de perros que aúllan por las noches, en la que murió violentamente un antiguo misionero. Comparten un sentimiento de fracaso, el amor por el arte, el desencanto en sus profesiones, sus soledades, la necesidad de ocultar parte de sus vidas y el miedo, hacia el exterior y el que alimentan hacia sí mismos. También, la ausencia de amor. La novela transmite desesperanza, huida y afán de autodestrucción.
En esta historia lo que no se cuenta adquiere una gran importancia. Chirbes, con ese estilo hermoso y sintético, propio de la poesía, obliga a poner la mente del lector a trabajar. Contiene elementos de novela gótica: la misteriosa muerte de Charpent, el incendio intencionado de La Creuse, que a nadie importa, el intento de suicidio de Francisco, el ahorcamiento del perro por una mano anónima con un cable del piano, asuntos que duermen en el misterio y contribuyen a enrarecer el clima de ensoñación agudizado por el alcoholismo.
“Mimoun” refleja también la realidad marroquí, una sociedad devastada por la pobreza, la incultura y la corrupción política. La novela tiene un sesgo marcadamente masculino hasta el punto de limitar las relaciones sexuales de Manuel a los hombres o las prostitutas, un aspecto que agudiza la impresión decadente de sí mismo. La relación con Hassam el bello marroquí con el que se acuesta de vez en cuando, está dominada por éste último, a pesar de su “aliento descompuesto”, su indolencia y el hecho de que sea Manuel quien tenga dinero. Manuel se convierte en un juguete en manos de los árabes (incluida Rachida, la mujer de la limpieza, y la policía).
Una crónica inquietante de Mimoun y sus gentes (excepto de las mujeres consideradas decentes que permanecen escondidas en sus hogares), hecha por un observador incisivo implicado en la misma, que se introduce en el interior de la desconfianza sin solución entre marroquíes y españoles (y franceses). Cuenta pedazos de vida, de soledad, de supervivencia y muestra la fragilidad del ser humano.
Rafael Chirbes no es un escritor complaciente ni optimista. Posee pulso narrativo, observa la sociedad y la despedaza con lucidez. Sorprende que esta novela fuera escrita en la década de los ochenta, cuando los autores españoles se dejaron llevar por la euforia mercantilista de la transición. Con este precedente, no extraña que Chirbes, fiel a sus obsesiones, haya escrito “Crematorio” (2007), su última y muy premiada novela, ubicada en una España ajena a los ideales y dominada por la codicia.
de Rafael Chirbes
Ed. Anagrama, 3ª edición 2008 (1ª ed. 1988)
Como seguidora de la obra de Rafael Chirbes, la reedición de “Mimoun”, primera novela publicada del autor, finalista del Premio Herralde en 1988, la recibí con entusiasmo. Se me había convertido en un título mítico por innencontrable. Su lectura no me ha defraudado.
El argumento gira en torno al año que Manuel, un profesor español, pasó en Mimoun, un pueblo marroquí próximo a Fez, con el pretexto de escribir una novela que la atmósfera del lugar le impedirá llevar a cabo. El interés surge de la forma de contárnoslo porque el texto transmite múltiples sensaciones. Mimoun, como escenario de una larga pesadilla, muestra un mundo cerrado, estrecho, en el que se sabe todo, aunque no se exprese, en el que se siente la vigilancia de policía y lugareños, opresivo, siniestro, masculino, torturante, amenazador. Me ha gustado, especialmente, la prosa, de enorme belleza (“la luna vino como una joya exquisita”), de frases cortas, la descripción de Mimoun –una ciudad muerta, abandonada por los franceses tras la independencia, “animada sólo por el zoco de los jueves”- y, sobre todo, la creación de una atmósfera fantasmagórica que cambia con las estaciones: en verano se cubre de polvo y calor, en invierno de nieve, barro y frío. En las primaveras y los otoños vuelve la luminosa belleza, el aire transparente y limpio. La tierra roja, la lluvia y el viento que azota durante semanas seguidas, contribuyen a ese ambiente enloquecedor que afecta a sus habitantes. La decrepitud de la ciudad -el olor a cementerio de todo el país- se contagia a los que la habitan. Mimoun me ha evocado la Comala de Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, un lugar simbólico, sin personas vivas y de tierras baldías, habitado por fantasmas.
Manuel, el narrador, es un tipo abúlico, con tendencia a dejarse impregnar por el entorno, como si tuviera adormecida la voluntad. Forma parte del grupo de los extranjeros -junto con otro español, Francisco, y un francés, Charment-, pero, a diferencia de ellos, se relaciona con los nativos, que lo observan como una rareza y se aprovechan de él. Un trato censurado por unos y otros. Los tres comparten algo más que el entorno de La Creuse, la mansión maldita ubicada en lo alto de un cerro que atrae bandadas de perros que aúllan por las noches, en la que murió violentamente un antiguo misionero. Comparten un sentimiento de fracaso, el amor por el arte, el desencanto en sus profesiones, sus soledades, la necesidad de ocultar parte de sus vidas y el miedo, hacia el exterior y el que alimentan hacia sí mismos. También, la ausencia de amor. La novela transmite desesperanza, huida y afán de autodestrucción.
En esta historia lo que no se cuenta adquiere una gran importancia. Chirbes, con ese estilo hermoso y sintético, propio de la poesía, obliga a poner la mente del lector a trabajar. Contiene elementos de novela gótica: la misteriosa muerte de Charpent, el incendio intencionado de La Creuse, que a nadie importa, el intento de suicidio de Francisco, el ahorcamiento del perro por una mano anónima con un cable del piano, asuntos que duermen en el misterio y contribuyen a enrarecer el clima de ensoñación agudizado por el alcoholismo.
“Mimoun” refleja también la realidad marroquí, una sociedad devastada por la pobreza, la incultura y la corrupción política. La novela tiene un sesgo marcadamente masculino hasta el punto de limitar las relaciones sexuales de Manuel a los hombres o las prostitutas, un aspecto que agudiza la impresión decadente de sí mismo. La relación con Hassam el bello marroquí con el que se acuesta de vez en cuando, está dominada por éste último, a pesar de su “aliento descompuesto”, su indolencia y el hecho de que sea Manuel quien tenga dinero. Manuel se convierte en un juguete en manos de los árabes (incluida Rachida, la mujer de la limpieza, y la policía).
Una crónica inquietante de Mimoun y sus gentes (excepto de las mujeres consideradas decentes que permanecen escondidas en sus hogares), hecha por un observador incisivo implicado en la misma, que se introduce en el interior de la desconfianza sin solución entre marroquíes y españoles (y franceses). Cuenta pedazos de vida, de soledad, de supervivencia y muestra la fragilidad del ser humano.
Rafael Chirbes no es un escritor complaciente ni optimista. Posee pulso narrativo, observa la sociedad y la despedaza con lucidez. Sorprende que esta novela fuera escrita en la década de los ochenta, cuando los autores españoles se dejaron llevar por la euforia mercantilista de la transición. Con este precedente, no extraña que Chirbes, fiel a sus obsesiones, haya escrito “Crematorio” (2007), su última y muy premiada novela, ubicada en una España ajena a los ideales y dominada por la codicia.
María García-lliberós