lunes, mayo 05, 2008

"El mundo", de Juan José Millás

Ed. Planeta, 2007. Premio Planeta 2007.


Esta novela me ha gustado mucho, me ha devuelto al Millás novelista de su primera época en la que no estaba contaminado por la técnica y febril actividad como columnista (por otra parte, el mejor en el panorama periodístico español). Me ha reconciliado con los premios Planeta.
En las entrevistas que ha concedido habla de “El mundo” como de una autobiografía. Es más que eso, un autoanálisis -“la literatura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas” y él necesitaba abrir el pasado, comprenderlo y cerrarlo- y una novela en la que el niño y el adolescente Juanjo y, en ocasiones el adulto, queda convertido en personaje de ficción. Intenta entenderse con piedad, despojada de lástima, llena de curiosidad.
Juan José Millás bucea en su vida para explicarse su tristeza, su visión del mundo y su escritura. Nos da claves del origen de algunas de sus novelas y pensamientos sobre la literatura y sus efectos terapéuticos.
Una novela con cuatro partes, muy bien escrita, que siguen un recorrido cronológico para revivir, en cada una, un hito de los que ha marcado su vida y carácter: EL FRÍO, LA CALLE, TÚ NO ERES INTERESANTE PARA MÍ y LA ACADEMIA, que mezcla con hechos acaecidos de mayor que debieron cocerse antes. Ese itinerario de ida y vuelta entre infancia y adultez define una estructura narrativa eficaz, para una crónica del proceso de aprendizaje en la vida y en la calle, en ocasiones conmovedora. Las dos primeras partes son magistrales y muestra un universo literario personalísimo, rico y obsesivo.
La literatura de Millás, y este libro constituye el mejor ejemplo, se caracteriza por la mezcla entre realidad e irrealidad, entre cordura y locura, entre lo lógico y lo absurdo, de donde brota, precisamente, la genialidad, la lucidez, el sentido del humor, negro y desesperanzado que caracterizan su estilo (porque posee un estilo propio). El barrio de Prosperidad (el nombre parece una broma pesada, aunque existe), la calle Canillas, era el límite de la realidad para ese niño de 6 años, futuro escritor lleno de imaginación: “más allá se extendía una sucesión de vertederos y descampados amenazadores, una especie de nada sucia que flotaba hasta donde alcanzaba la vista”, recuerda.
El autor pretendea mostrarse tal cual (consigue que el lector crea que es así) y se desnuda para que le queramos y compensemos su falta de afecto infantil, nos muestra su carga de culpa para liberarse de ella (¿qué sentido tiene, si no, la peripecia con las urnas de las cenizas de sus padres?). Se siente víctima de las formalidades de un mundo extraño y misterioso. Fue un niño raro, sin duda, y un adulto complejo, capaz de fumarse un canuto y ponerse soñador mientras su madre está en coma, y de enfermar al cabo de un año al resistirse a admitir su muerte.
El personaje del Vitaminas, un chaval de su edad con una enfermedad mortal, cobra una fuerza y un atractivo enorme. Un tipo genial, con la bicicleta que no puede montar y la libreta para apuntar los movimientos de los vecinos, con el estilo ecléctico de un espía de INTERPOL, y el padre llevando una vida aparente y otra real (asunto crucial en la literatura del autor, el de la doble vida). Al Vitaminas le debemos mucho los lectores de Millás.
El descubrimiento del otro barrio, el de los muertos, y la visita que luego hace con Vitaminas, son de los pasajes más brillantes de la novela. Aficionado a los narcóticos y al sueño, a pasar la frontera entre el sueño y la vida. Tiene experiencias alucinógenas con fiebre. “Las mejores cosas que he escrito son febriles”. La fiebre deforma la realidad o te permite apreciarla con mayor lucidez (daña y cura, como el bisturí eléctrico, como la escritura).
“Hay otro lado”, tras el espejo, tras la línea que delimita la realidad. A Millás le tienta la contemplación alucinatoria de lo que le rodea (con o sin drogas). La visión del ”ojo de Dios” que le ofrece el Vitaminas es otro pasaje impagable.
La narración de la fiesta del editor en el ático, su euforia, angustia, la cocina-útero y planes de fuga, la huida a través de la terraza del vecino, la conversación con el taxista maloliente sobre su hijo loco, su regreso de nuevo a la fiesta, a través de la casa del vecino con un muerto con bigote de cuerpo presente que podría ser un cadáver de mujer disfrazado, para salir a la calle por el lugar correcto, después de sufrir una lipotimia, resulta delirante, de ritmo endiablado, y evidencia que el autor estaba como una cabra (en el sentido más tierno de la palabra), una cabra cuerda e inteligente que descubre, en medio de tal frenesí enfermizo, que “el problema es que no nos colocábamos en el lugar adecuado para observar la realidad. Por eso veíamos muertes donde sólo había desplazamientos de la vida”. Un pensamiento lleno de consuelo.
El psicoanálisis, la lectura y la escritura, instrumentos fundamentales para novelarse a sí mismo, son los sustitutos del sótano del Vitaminas. Desde ellos también consigue visiones hiperreales del mundo.
Imaginar historias era el camino de huidadel barrio y la familia. Así se formó el escritor porque al año de morir el Vitaminas lo sustituye como agente de la INTERPOL infiltrado en un mundo al que no pertenecía. ¡Me encantaría leer los informes sobre los vecinos que elaboró en esa época!
La paternidad, la lectura como vía de escape, el anhelo de perder la memoria, el abuso sexual a menores, los malos tratos a los niños, los castigos que “constituían verdaderas clases de iniciación al sexo” y que provocaban sentimiento de culpa en la víctima más que en el verdugo (ocurre con muchas mujeres maltratadas), su deseo de morir, son temas que luego llevará a las novelas.
Para evitar la siniestra Academia del padre Braulio finge tener vocación de sacerdote y consigue entrar en el seminario (con la complicidad de su madre). Escribe esta experiencia y recuerda su deseo de morir. Es aquí cuando transmite mejor al lector la angustia por estar atrapado en un mundo ajeno.
“Escribir bien es escribir al dictado de esa parte de ti que permanece dentro del delirio cuando la otra sale de él para comunicarse con los demás o ganarse la vida”.
La novela termina en la entrada al seminario y es lamentable, porque te quedas con las ganas de saber qué pasó después.
Millás ha escrito El mundo para sacarse espinas y tratar de comprenderse. Su madre, Vitaminas, Mª José y Mateo (el del ultramarinos), son sus referencias personales (de sus hermanos casi no habla, ni de su padre), el barrio la Academia del padre Braulio, la pérdida del amigo Vitaminas, el desdén de las mujeres, son las heridas que ha querido abrir y cerrar con la escritura. Se entiende la tristeza del autor y sus obsesiones literarias, alucinógenas, irreales que, al mismo tiempo, iluminan la realidad. Hay filosofía de la vida y análisis de la sociedad franquista. Tienes la impresión de estar ante los resultados de las visitas al diván del psicoanálisis. Parece que escribiendo El mundo ha terminado el tratamiento, ha sido capaz de desprenderse de las cenizas de sus padres y de comenzar a vivir sin ese peso muerto junto a él. Tal vez por eso se pregunte en la última frase si será su último libro. Desde luego, parece que pone punto final a una etapa.
Una novela valiente, sincera, anhelante, que provoca en el lector una inmensa ternura hacia el personaje Juanjo Millás. Puede que lo pretendiera.

María García-Lliberós

1 comentario:

Mariano Puerta Len dijo...

Es el primer libro que leo de Juan José Millás y no puedo compararlo con los anteriores. Al contrario que tú, lo he conocido antes por las columnas de El País o por sus intervenciones en La Ventana (leyendo el libro, todas las erres me sonaban como las pronuncia Millas). A mí también me ha gustado, aunque debo decir que me gustan más los pasajes que hablan de la infancia y primera adolescencia que los que hablan de su vida adulta, quizás porque me resultan más aceptables las ensoñaciones en los niños que en los mayores. Prejuicios míos.